“El más bello sentimiento que uno puede experimentar es sentir misterio. Éste es la fuente de todo arte verdadero, de toda verdadera ciencia. Aquel que nunca ha conocido esta emoción, que no posee el don de maravillarse ni encantarse, más vale que estuviera muerto: sus ojos están cerrados”.
Albert Einstein (1879-1955)
Las luces se han apagado, el teatro ha quedado totalmente a oscuras por una fracción de segundo. Empieza la música de obertura y el telón se levanta. En el centro, una figura masculina, elegantemente vestida de negro, sonríe sutilmente.
Una voz al fondo anuncia: “Y ahora, nuestra estrella de esta noche, el ilusionista más grande de todos los tiempos, quien arrancará a nuestro querido público un sinfín de aplausos. Con ustedes, el mago”.
Las manos son rápidas y nuestros ojos no alcanzan a descubrir cómo una borla de algodón se convierte en una bella paloma que remonta el vuelo por todo el escenario; ¿cómo es posible que, de una mascada, surja una colorida guacamaya, y que, de una maleta vacía, aparezcan una, dos, tres y hasta ocho bailarinas, de la nada?
Los espectadores irrumpimos con un aplauso ensordecedor, me uno al entusiasmo y comienza el espectáculo. Por dos horas consecutivas, creemos que todo es posible. El asombro ha marcado nuestros rostros; mientras, la figura masculina ha conducido a una preciosa joven al interior de una jaula y la ha cubierto con un manto morado. Súbitamente, aparece un tigre, rugiendo ferozmente, dentro de la jaula; la joven no existe más. Aplausos, risas nerviosas y exclamaciones se dejan escapar. Y el show continúa, donde cada truco supera al anterior. Aparecen botellas sobre una mesa antes desierta; el líquido sale y una copa queda volando…
El escenario es color, música, destellos, todo dentro de un cuadro que nos hace vibrar y atender, tratando de que nuestra vista sea más rápida que el prestidigitador que lo aparece y desaparece todo.
De entre el público, ha escogido a una mujer, quien reposa sobre una base. Enseguida, elimina cualquier objeto que la sostiene y ella levita sin siquiera notarlo. Después, sube a un niño al escenario y lo desaparece y vuelve a aparecer sobre un espectacular automóvil. Todo, tan finamente calculado. Se mezclan leyes inexplicables que nuestra mente no capta y se viene al pensamiento la frase “prácticamente no existe, es el encuentro casual entre la luz y la materia”. Es indescriptible el deleite que sentimos entre la variedad de colores; la respiración entrecortada y las emociones a flor de piel. ¿Y el mago?, ¿qué sentirá él?, ¿qué pensará al deslizarse de un lado a otro del escenario, produciendo ilusiones, magia, trucos a nuestra imaginación racional que sabe solamente contar de una manera lógica? ¿Cuántos magos, a través de todos los tiempos, han arrancado sonrisas, sorpresas, aplausos? ¿Cuántos han pasado por nuestra vida, tocándonos con sus varitas y cambiado, por un segundo, nuestra existencia y nos han dado un poco de esperanza? Y al final, ¿qué queda?... se cierra el telón y queda en el aire la última ovación, un pequeño tributo a aquel que, por un momento, un instante suspendido en el tiempo, nos ha hecho soñar.
Gente de todo tipo hemos compartido, por un par de horas, un trozo de eternidad, de imágenes etéreas, donde apenas está la falacia de existir y el sueño estridente de que este mundo puede ser un poco mejor.
Y al salir de ese recinto de fantasía, ¿qué hacemos con esa magia? Regresamos a nuestras rutinas, olvidando que ésta se produce cada segundo, que los milagros existen y que la vida misma tiene los suyos.
Dígame usted, querido lector, ¿no parece mágico un pequeño que se aferra a la mano de su madre para no perderla?, ¿la música que sublima los sentidos?, ¿un atardecer que nos roba un suspiro?, ¿o una gaviota que se eleva en un vuelo en círculos y extiende sus alas, abarcando con ellas todo el universo?
No dejo diariamente de asombrarme por los pequeños milagros, los magos me hacen recordarlos, pero, también, un amigo que me escucha y me da aliento, aunque lo haya perdido todo; un proyecto que sale bien; unos pequeños brazos al cuello, que te dicen al oído y en bajito: “te quiero”; una confidencia a la hora de dormir; un beso en la mejilla; una risa. En fin, todas esas pequeñeces de la vida que hacen que me dé cuenta de que aquí estoy y… ¡estoy viva!
“Hay magia verdadera. Está alrededor de nosotros todo el tiempo. La magia está todo el tiempo y en todo lugar. Todo lo que tienen que hacer para sentirla es abrir vuestra mente y vuestro corazón. Entonces podrán ver la magia que es realmente la vida... Crean en la magia. Sigan vuestros sueños, porque es cuando soñamos que verdaderamente existimos”.
Doug Henning (1947-2000)
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