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  • Foto del escritorRedacción Relax

Isadora Duncan. Quien danzó al compás de las olas, refugiándose de su vida



Dentro de las manifestaciones artísticas más elocuentes está la danza, que, sustentada en el movimiento corporal para expresar emociones, ha llevado a sus intérpretes a externar con ímpetu grandes pasiones. No obstante, llevarlas a la superficie, al escenario, traducirlas en pasos, es don sólo de algunos prodigios, que han dejado a su paso una estela de libertad, de inspiración y de regocijo.


Uno de estos baluartes es Isadora Duncan, considerada la madre de la danza moderna, quien hizo grandes aportaciones a la técnica dancística, legando un estilo que hoy se ejecuta, pues vino a revolucionar la práctica tradicional de la danza que se tenía en ese tiempo.


Si hubiera una frase que acotara la inspiración que tuvo esta mujer para hacer de la danza su vida, sería: “el vaivén de las olas”, un dato registrado en su biografía, pues el mar fue su primer escenario.


Dora Ángela Duncan nació el 27 de mayo de 1878, en San Francisco, Estados Unidos. Su familia la conformaban Joseph Charles Duncan, su padre, quien se desempeñaba como banquero prestamista; Elizabeth, su madre, quien trabajaba como maestra de piano, y sus tres hermanos.


Cuando era muy pequeña, su padre abandonó la casa; tiempo después, fue acusado de un desfalco y fue a parar a la cárcel, lo cual llevó a la familia a vivir dificultades económicas que, en parte, despertaron en ella un carácter duro, donde no existía la fe en ninguna religión.

Dora solía recorrer la playa de la bahía de San Francisco, donde, además de admirar el paisaje, sus cavilaciones de niña melancólica y solitaria le permitían ensoñaciones con el vaivén de las aguas, un sonido y un movimiento que sirvió como base para su baile, desde muy temprana edad.


Siendo tal la pobreza, la niña abandonó la escuela a los 10 años de edad y, junto con su hermana Isabel, se ocupó de dar clases de danza, acompañándose de la música de Schumann, Schubert y Mozart; mientras ello ocurría, su progenitora ofrecía clases de piano.


Otros horizontes para encontrarse


En la adolescencia, supo que se dedicaría a la danza, así que emigró a Chicago, donde ingresó a estudiar danza clásica; sin embargo, un incendio provocó la pérdida de su casa, obligando a su familia a radicar en Nueva York, donde ingresó a la compañía teatral de Augustin Daly.


A principios del siglo XX, la joven decidió dejar atrás su vida en Estados Unidos para buscar un mejor futuro, y convence a su familia de emigrar a Europa, estableciéndose primero en Londres y después en París.


Fue en el Viejo Continente, donde Dora se dedicó a recorrer varios museos, y a deleitarse con las muestras y las expresiones artísticas de culturas tan antiguas como la griega, en el caso del Museo Británico; lo cual derivaría en que adoptara ciertas posturas que incorporó a su danza, tales como inclinar la cabeza hacia atrás y otros movimientos más libres que la llevaron a conformar un estilo único, muy diferente a los rígidos patrones de la danza clásica.

Por ese tiempo, se gestaba el expresionismo, que, en reacción al impresionismo y frente al naturalismo, defendía un arte más personal e intuitivo, en el cual prevalecía la visión interior del artista; por ello, se considera que la apuesta hecha por Duncan en la danza obedecía más al expresionismo. En ese contexto, la bailarina se apreciaba como una revolucionaria precursora en un ambiente artístico de revisión generalizada de los valores antiguos.


Con esas bases, Dora, quien definitivamente optó por ser llamada Isadora, comenzó a bailar en salas de exposiciones pictóricas, en pequeños teatros, y más tarde, en salones de la aristocracia británica.


Otros recintos que sirvieron como inspiración a su creatividad fueron el Museo del Louvre y el Museo Rodin, en París, y The National Gallery, en Londres, con los que paralelamente asimilaba la danza y la literatura antiguas.


Para ejecutar sus piezas, Isadora adoptó temas clásicos, pero aquellos basados en la realidad, el dolor y la muerte, a diferencia de otros en los que se narraba la historia de héroes y duendes; y además, lo hacía de manera sencilla, ataviada con túnicas largas, holgadas y vaporosas, a través de las cuales se dibujaba su cuerpo, descalza, con el cabello suelto y el rostro sin maquillar. Estos rasgos de su estilo la llevaron, incluso, a enfrentarse con exigentes públicos conservadores, acostumbrados a los vestidos de tutú, zapatillas de punta, medias opacas, maquillaje impecable y un cabello recogido en chongo, que definían al ballet clásico.

Con el tiempo, la fama de Isadora creció y empezó a recorrer países como Francia, Italia, Rusia y otros, pues todos querían conocer cómo bailaba, ya que no seguía un guion establecido para desenvolverse en el escenario al compás de la música, sólo se dejaba llevar, haciendo de cada presentación algo único.


Oscilaciones de la vida hasta el final


Pareciendo que navegaba a contracorriente también en su vida personal, ya en edad madura, la artista contrajo nupcias con el poeta ruso Serguéi Yesenin, quien era 18 años más joven que ella. La unión no prosperó, pues poco tiempo después, debido a la violencia y la adicción al alcohol de Serguéi, ésta finalizó e, incluso, él fue recluido en un sanatorio psiquiátrico en Moscú, y para 1925, se suicidó.


Pese a esta difícil experiencia y empeñada en seguir con su vida, no importando los convencionalismos de la época, Duncan se propuso formar una familia como madre soltera. Tuvo dos hijos, uno con el diseñador teatral Gordon Craig, y otro, con Paris Singer, uno de los herederos de la firma Singer; sin embargo, en 1913, la tragedia la alcanzó nuevamente, cuando el auto en el que viajaban sus pequeños cayó al río Sena y murieron ahogados junto con su nana.


Lo anterior, aunado a problemas económicos, debilitaron emocional y profesionalmente a la artista, quien comenzó a beber alcohol, teniendo que afrontar, además, escándalos amorosos. De estos tiempos complicados data Isadora, un retrato íntimo, una de sus biografías, publicada en 1927, y que, escrita por su amigo Sewell Stokes, le permitió costear algunas de sus necesidades.


Fue la noche del 14 de septiembre de 1927, cuando viajaba en el automóvil de Benoit Falchetto, que una resistente chalina que envolvía su cuello, por efecto del viento, se desplegó, llegando hasta las ruedas del automóvil y ocasionando su estrangulamiento, pues fue arrastrada fuera del automóvil, con semejante fuerza, que murió rápidamente. Sus cenizas fueron depositadas en el columbario del cementerio de Père-Lachaise, en París, Francia.


En 1928, de manera póstuma, fue publicado El arte de la danza, un material que Isadora preparó mientras estaba en Niza, con el fin de transmitir sus enseñanzas. Hoy día, es una obra clásica en la enseñanza de la danza.


Quizá la herencia de la artista, no sólo sea su estilo dancístico, que hoy está contemplado en las academias, sino la libertad con que vivió, a todo pulmón, entregándose apasionadamente y experimentando los sinsabores de la vida, los que supo llevar majestuosamente hasta en el escenario.


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