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Hedy Hernández

Las glorietas de nuestros Paseos: En honor a un conquistador y a un tlatoani




En esta edición, continuando con nuestro recorrido por las glorietas del Paseo de la Reforma, conoceremos algunos detalles sobre aquellas donde se encuentran los monumentos a Cristóbal Colón y a Cuauhtémoc.


Glorieta de Cristóbal Colón


Localizada no hace mucho, en el Paseo de la Reforma, tiene su antecedente histórico en el gobierno del emperador Maximiliano de Habsburgo, cuando su suegro, el rey Leopoldo I de Bélgica, decidió regalarle a México una escultura de Cristóbal Colón, para edificar un monumento a dicho marinero genovés. Maximiliano quería que la pieza fuera colocada en una de las glorietas que existían en el paseo que había mandado a trazar para unir la ciudad con Chapultepec. Así, le encargó el trabajo –en el que debería ser parte fundamental la estatua hecha por Vilar, que se encontraba sin fundir– al ingeniero mexicano Ramón Rodríguez Arangoiti, egresado de la Academia de San Carlos, quien sugirió complementarlo con varias esculturas de bronce, representando a los mares que rodean el territorio nacional: el Atlántico, el Pacífico, el Golfo de México y el Mar de Cortés. Sin embargo, el proyecto no se llevó a cabo.


Años después, en 1871, Arangoiti fue llamado para participar en los trabajos que había encargado Antonio Escandón y Garmendia –destacado empresario y banquero mexicano–, y presentó, entonces, algunas ideas para el pedestal. Escandón las aprobó, pero propuso que, en lugar de los océanos, se integrara el recuerdo de los hombres que acompañaron a Colón, surgiendo, así, las figuras de los frailes.


Una vez terminados los bocetos, fueron aceptados por el empresario, quien, inesperadamente, cubrió los honorarios de Arangoiti; aunque las esculturas no se fundieron en México.


Por motivos desconocidos, en 1873, en su estancia en París, Escandón encargó la realización de otro proyecto al escultor francés Carlos Cordier. Dos años después, en diciembre de 1875, llegaron a Veracruz, las cajas que contenían las diversas piezas del monumento, pero, debido a las agitaciones electorales y al levantamiento de Tuxtepec (1876) –que llevaron a Porfirio Díaz a la presidencia por primera vez–, se retrasó su instalación en la Plaza de Buenavista, lugar elegido por el donante, para que los viajeros disfrutaran del monumento, al salir de la estación del ferrocarril.


Vicente Riva Palacio –secretario de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, durante el Porfiriato– inició, en mayo de 1877, las labores para ubicar el monumento, en contra de la propuesta de Escandón, en la primera glorieta del Paseo del Emperador –hoy, conocido como Paseo de la Reforma–, sitio elegido por Maximiliano.


El monumento tiene alrededor de 15 metros de altura y consta de un doble pedestal, construido de piedra caliza roja. Las figuras están hechas de bronce y mármol; la estatua que corona la base muestra a Cristóbal Colón, con una mano en alto, señalando al horizonte, y con la otra, levantando un velo que descubre al mundo. En las cuatro esquinas del pedestal inferior, aparecen sentados cuatro frailes: Fray Diego de Deza, hojeando las páginas de la Biblia; Fray Juan Pérez de Marchena, estudiando una carta geográfica y midiendo, con un compás, la distancia entre España y el Nuevo Mundo; Fray Bartolomé de las Casas, preparándose para escribir en defensa de los indios, a quienes siempre protegió de la crueldad de los conquistadores; y Fray Pedro de Gante, abrazando la cruz, símbolo de evangelización de los indígenas. Los cuatro lados del pedestal contienen bajorrelieves que representan escenas de la conquista de América y de la carta geográfica utilizada por Colón.


Dos estatuas para Colón en la Ciudad de México

En 1853, mucho antes de que la estatua donada por Escandón se concluyera, José Bernardo Couto, presidente de la Junta Directiva de la Academia de San Carlos, expresó al gobierno mexicano el deseo de esculpir dos estatuas: una, dedicada a Agustín de Iturbide, y otra, a Cristóbal Colón. La de Colón fue encargada a Manuel Vilar, quien inició el modelado en yeso, en 1856, y lo terminó en 1858. Sin embargo, la fundición en bronce fue realizada por el artista italiano Tomás Carandente Tartaglia, en el taller de Miguel Noreña, hasta el año de 1892.


Este monumento en honor al navegante fue inaugurado en 1892, por el entonces presidente, Porfirio Díaz, en el cuarto centenario del Descubrimiento de América, en una glorieta de las calles Buenavista y Héroes Ferrocarrileros. Para el evento, Díaz salió del Palacio Nacional, con una comitiva de treinta y cuatro carruajes ocupados por diplomáticos, representantes del ejército, la banca, el comercio y el gremio científico. El acto dio inicio con el Himno nacional y continuó con algunos discursos pronunciados por grandes personajes de la época, como Joaquín Baranda, ministro de justicia, y el poeta Justo Sierra, quien declamó una estrofa de su Canto a Colón:


¡Oh Colón!, para hacer de tu renombre

eco digno mis débiles cantares,

yo necesitaría

encontrar en el alma poesía

un mundo nuevo, como tú en los mares.

Nunca tanto osaré; si la voz mía

se levanta en un himno a tu memoria,

es que cumplo un deber de americano…



En medio de aplausos, don Porfirio Díaz se dirigió al monumento, para descubrir la estatua, colocar una corona de flores al pie y montar la primera guardia de honor.


La glorieta, al principio, era pequeña, con bancas de cantera en cuatro cuadrantes y faroles de la época; alrededor, había amplias áreas de circulación para los automóviles. En 1949, se agrandó, al máximo, su diámetro, obligando al flujo vehicular a rodearla a muy baja velocidad, lo que provocó embotellamientos de tránsito. En los años 50, la enorme glorieta se reformó, abriendo carriles centrales, para dar paso a los vehículos y, así, evitar el congestionamiento al pasar por ahí. La glorieta, finalmente, desapareció y se convirtió en un estrecho óvalo central, a fin de ampliar, aún más, los carriles centrales.


La estatua de bronce de Colón se retiró de su pedestal el 10 de octubre de 2021 y será reubicada en el Parque Américas, de la colonia Polanco, en la alcaldía Miguel Hidalgo.



Glorieta a Cuauhtémoc


El monumento a Cuauhtémoc, excelente ejemplo de la arquitectura y el diseño de la época porfiriana, se localiza sobre el Paseo de la Reforma, esquina con la Avenida Insurgentes, en la colonia Juárez, en la alcaldía Cuauhtémoc.


La pieza es un trabajo del escultor Miguel Noreña, aunque el monumento mayor fue concebido por el ingeniero Francisco M. Jiménez, quien ganó el concurso convocado por el general Vicente Riva Palacio, durante el gobierno de Porfirio Díaz, llevándose el premio de mil pesos. La construcción del proyecto inició el 5 de mayo de 1877, cuando se colocó la primera piedra. Infortunadamente, Jiménez no pudo ver terminada su obra, pues falleció en abril de 1884.


El monumento se hizo con piedra volcánica, cantera, mármol y bronce. Su base es cuadrada y mide 6.20 metros de lado; tiene 11.75 metros de altura y un peso de 350 toneladas. Está rematado por la escultura de Cuauhtémoc, que es de bronce, con 4.97 metros de alto y un peso total de 4.2 toneladas. La altura total del monumento es de 16.72 metros, sobre el zócalo que le sirve de base.


La peana de la escultura está rodeada con los nombres de Cuitláhuac, Cacama, Tetlepanquetzal y Coanacoch, aliados de Cuauhtémoc, que lucharon contra los conquistadores. Cuitláhuac fue quien los derrotó, durante la batalla de la Noche Triste, la victoria más significativa ante los españoles, por lo que su nombre es el más destacado. Las armas en los nichos laterales pertenecen a dos órdenes militares: los guerreros águila y los guerreros jaguar.


En los laterales, hay dos placas de bronce montadas a manera de bajorrelieve. En el lado derecho, está la Entrevista de Cuauhtémoc prisionero con Cortés, también, de Miguel Noreña, y en el lado izquierdo, El tormento de Cuauhtémoc, del escultor Gabriel Guerra, que describe la escena del sacrificio del último emperador azteca, acompañado de Tetlepanquetzal, al momento de ser torturados con hogueras ardientes bajo sus pies, para que revelaran el sitio en el que había sido guardado el tesoro del emperador Moctezuma II. Este hecho tuvo lugar a raíz de la caída de Tenochtitlan, y se dice que fue en algún lugar de Coyoacán. El trabajo de fundición de la estatua fue realizado por Jesús F. Contreras, escultor y discípulo de Noreña.


Se cuenta que dicha pieza fue fundida el 13 de agosto de 1883, conmemorando el aniversario de la caída de Tenochtitlan, en 1521, y que, en el momento de vaciar el bronce, un chorro de metal en ignición perforó uno de los pies del ayudante de Contreras.


Los ocho jaguares que, por pares, custodian las cuatro escalinatas por las que se accede al zócalo del monumento son obra del escultor Epitafio Calvo; están hechos de bronce y ornamentados con joyas de reminiscencia prehispánica. Los cuatro trofeos que adornan los costados del monumento fueron obra de Luis Paredes.


El pedestal tiene dos inscripciones; en una, se lee: «A la memoria de Cuauhtémoc y de los guerreros que combatieron heroicamente en defensa de su patria», y en la otra: «Ordenaron la erección de este monumento Porfirio Díaz, presidente de la República, y Vicente Riva Palacio, secretario de Fomento».


La construcción de la obra duró poco más de diez años y fue inaugurada por Porfirio Díaz, el 21 de agosto de 1887, para conmemorar un aniversario más de la caída de Tenochtitlan.


El monumento se localizaba sobre el Paseo de la Reforma, en el centro de una gran glorieta, rodeada de bancas de respaldo alto, hechas con cantera y rematadas, en sus extremos, por jarrones, tallados, también, en esa piedra. Pero, en 1949, fue movido a la intersección de Reforma e Insurgentes debido a la remodelación del Paseo de la Reforma y al cambio del asfalto por concreto hidráulico, al repavimentarse desde Chapultepec hasta la estatua del Caballito, así como la expansión de la glorieta hasta unos 400 metros de diámetro. Este fue un proyecto dirigido por el arquitecto Mario Pani.


Posteriormente, desapareció la gran glorieta, y quitaron toda la ornamentación y las bancas que la rodeaban, para hacer pasar los raíles de los tranvías, a una corta distancia de la estatua.


Con el paso de los años, ese crucero se convirtió en un paso conflictivo entre las dos avenidas más importantes de la ciudad, el Paseo de la Reforma y la Avenida de los Insurgentes, que atraviesa la urbe de norte a sur y es las más larga de todas las que existen en México, pues tiene una longitud de 28 kilómetros, midiendo la distancia que existe entre los Indios Verdes y el entronque con las carreteras hacia Cuernavaca, la libre y la de cuota.


El 24 de julio de 2004, se volvió a reubicar el monumento a Cuauhtémoc, debido a la construcción de la primera línea del Metrobús. En esta ocasión, se movió a un taller improvisado, en el Jardín Luis Pasteur, donde se le dio mantenimiento. Después de siete meses, se instaló en el lugar que ocupó en 1887, para lo cual, fue necesaria una grúa de 500 toneladas, para su descenso; una plataforma de 20 toneladas, para cargarlo; y 25 hombres, que tardaron dos horas y trece minutos para trasladarlo.


Lo esperamos en la próxima edición, en la que continuamos con este recorrido histórico por las glorietas de Paseo de la Reforma.


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