Durante estos meses de pandemia, en que se ha reiterado en todo el mundo la necesidad de continuar con medidas sanitarias, el uso de cubrebocas no ha escapado a la controversia, incluso teniendo como eje, las declaraciones en los primeros meses de la Organización Mundial de la Salud, de que probablemente no fueran tan efectivos, que solamente protegen a los enfermos, que si determinado material es más efectivo, etcétera, el caso es, que el barbijo ha estado en el centro de la vorágine, como un recurso de vital importancia.
Finalmente, en el mes de septiembre, luego que el organismo aconsejara a los gobiernos a alentar a sus poblaciones a usarlos donde “haya una transmisión generalizada y sea difícil el distanciamiento físico”, y como parte de una serie de medidas para prevención, que incluyen el lavado de manos y la distancia social, el debate se trasladó a la efectividad de la mascarilla que tiene válvula, pues lo expertos han advertido que aunque se trate de este tipo, ningún cubrebocas no es efectivo, porque protege a la persona que lo usa filtrando las partículas del aire exterior al inhalar, pero las deja escapar al exterior al exhalar, lo que pone en riesgo a los demás.
A este respecto, ha llamado la atención del mundo el uso de las mascarillas en Japón, mucho tiempo antes de que el Covid irrumpiera, lo cual ha llevado a muchos analistas a preguntarse cuál es la verdadera razón.
Mitsutoshi Horii, quien es profesor de Sociología de la Universidad de Shumei, explicó hace unos meses, que para los habitantes de su país, “… no sólo se trata de una práctica desinteresada, sino de un ritual autoprotector del riesgo”, en tanto George Sand, que imparte la materia de historia japonesa en la Universidad de Georgetown, reconoció que “los japoneses han visto el uso de cubrebocas como una recomendación científica, una extensión de su adaptación al mundo moderno y como un avance tecnológico”.
Y es que este hábito entre la sociedad nipona se ha visto reflejado, en 94 mil 515 contagios y mil 686 decesos, al día de hoy, lo cual en comparación con otros países es una significativa diferencia.
Un asunto de higiene
El profesor Horii ha compartido que existen registros que datan del periodo Edo (1603-1868) en libros antiguos, donde había constancia de que los nipones cubrían su boca con una rama de sakaki, con el fin de que su aliento no escapara al exterior, por apreciarlo “sucio”. Es decir, no lo hacían conscientes sobre los efectos de virus y microbios en la salud, de acuerdo al catedrático, pues era otra época.
Este árbol, que nace en regiones de altas temperaturas, en Corea, China y Japón, cuyas hojas llegan a medir entre seis y 10 centímetros, tiene una altura de hasta 10 metros y es considerado sagrado en el sintoísmo. Sus ramas son usadas en rituales y altares, ya que se cree que sirven de morada a los kami (entidades adoradas en el sintoísmo).
Pandemias y otros desastres
El hábito de usar las mascarillas se hizo notorio en este país, durante la gripe española que asoló al mundo a principios del siglo XX y que cobró la vida de entre 50 y cien millones de personas, en tanto en Japón generó 23 millones de contagios y 390 mil muertes, cuando tenía 57 millones de habitantes.
Esa fue la causa de que las autoridades implementaran el aislamiento, la vacunación y el uso de mascarillas para controlar la pandemia, por lo cual la gente adoptó este último hábito para no entrar en contacto con el aire contaminado.
El profesor Sand, de la Universidad de Georgetown, ha defendido que, aunque la gripe española se expandió por todo el mundo, el hecho de que países como Japón, hubiesen aceptado al cubrebocas como parte de su atuendo, más que deberse a una imposición de sus autoridades, se debe a que los habitantes confían en la ciencia, como un rasgo de adaptación al mundo moderno.
Un hecho sorprendente es que, gracias a este hábito de usar mascarilla, durante la epidemia del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por sus siglas en inglés), ocurrida en 2003, en Japón no hubo fallecimientos, mientras que, en China, se contaron más de cinco mil contagios y aproximadamente 350 muertes.
Otro desastre fue la explosión de la planta nuclear de Fukushima en 2011, que obligó a la población a protegerse ante la radiación ionizante ambiental provocada por la contaminación radiactiva en el aire de los reactores dañados.
Por lo anterior, el uso de cubrebocas es un asunto arraigado en esta nación, que en el mes de abril tenía sorprendido al mundo por su bajo índice de contagios por coronavirus en comparación con otros países, y aún sin confinamiento; y, aunque para este mes (noviembre), ha tenido un repunte en los contagios, las cifras siguen hablando de una gran diferencia a su favor.
Más motivos
Otras opiniones sugieren que los japoneses tienden más a guardar cierta distancia y a evitar reclamos u observaciones por no portar una mascarilla, así que voluntariamente siguen estas medidas como parte de su integración al medio ambiente.
Ahora bien, en invierno es muy común ver a gran cantidad de mujeres japonesas usando cubrebocas, sobre lo cual, una edición digital, publicaba hace algunos años un sondeo en el que más de la mitad de las mujeres jóvenes encuestadas habían señalado que usaban el cubrebocas, mayormente por razones de higiene. El 30.2 por ciento dijo que lo hacía para sentirse segura, y el 51.7 por ciento, para ocultar su falta de maquillaje.
Entre esta población existe un término para definir a la prenda como date-masuku, que significa “cubrebocas de estilo” o “cubrebocas chic”.
Población precavida
Pero, como hasta en los mejores contextos se presentan problemas, hace seis meses, Japón vivió el fracaso de un programa que pretendía hacer entrega de cubrebocas a todos los ciudadanos, con el fin de evitar contagios por coronavirus, y es que, al hacer la repartición, muy anunciada por el primer ministro Shinzō Abe, ocurrió que muchos de éstos estaban sucios y contaminados, pero lo más importante de todo... una cantidad considerable de habitantes no los recibieron, pues tenían de reserva en casa.
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