Al transitar por avenida Insurgentes, minutos después de cruzar Periférico, si vamos de sur a norte, no podemos dejar de admirar la estructura vertical de la edificación más emblemática de la Universidad Nacional Autónoma de México, referente esencial de esta casa de estudios y cuyo vasto contenido tiene que ver con el fundamental servicio que presta a la comunidad académica, que hace extensivo a la sociedad en general. Esta es la Biblioteca Central, con una apasionante historia, de la cual le compartiremos algunos detalles.
Después de ocupar por casi cinco décadas los edificios del centro de la ciudad, la Universidad Nacional encontró, a principios de los 40, el espacio idóneo para crecer y seguir desarrollándose; éste fueron los terrenos del Pedregal de San Ángel, que se convirtieron en un lugar de experimentación arquitectónica.
Aquí, expertos y constructores tuvieron la intención de aplicar el concepto de integración plástica, de ahí que invitaron a notables artistas mexicanos a participar con su inquietud creativa, al igual que décadas antes ocurrió con Diego Rivera, Fermín Revueltas y José Clemente Orozco, entre otros, quienes pintaron los muros de la antigua Escuela Nacional Preparatoria.
En 1948, los arquitectos Juan O’Gorman, Gustavo Saavedra y Juan Martínez de Velasco comenzaron a trabajar en el proyecto, basándose en un programa que se apoyaba en los estudios del maestro José María Luján, sobre algunas bibliotecas universitarias del mundo.
El edificio se vislumbró dentro de las corrientes funcionalistas que comenzaron a cobrar auge en la tercera década del siglo, que pugnaban por que el diseño de las construcciones debía obedecer únicamente al propósito para el que fueron creadas.
Pero, además, se basaba en el concepto de integración plástica que surgió en nuestro país, a finales de los años 40, como una tendencia de impulso al trabajo interdisciplinario entre la arquitectura, la pintura y la escultura, con el afán de convertirlas en una sola unidad, proponiendo que la estética no fuera sólo un agregado de la arquitectura, sino un resultado.
La edificación inició en 1950, en un área de 16 mil metros cuadrados, y estuvo pensada para el asentamiento de dos volúmenes; uno horizontal (planta principal), que se aprecia tendido contra el desnivel del terreno, y en cuyas fachadas lucen fajas de la estructura de piedra volcánica (producto de la erupción del Xitle) que fueron extraídas del mismo suelo, y espacios ocupados por vidrieras, que rematan con notables superficies de ónix translúcido de color ámbar. Por su parte, el volumen vertical fue idealizado para que, en su base, contara con una franja de vidrieras, y muros en su piso abierto, y que se elevara diez niveles, para dar capacidad a todo el contenido de la biblioteca.
La tierra y la Universidad
En documentales y algunas entrevistas, Juan O’Gorman contó sobre el detallado proceso que siguió para realizar la fachada de la biblioteca, específicamente la labor referente a su revestimiento, y que seguramente se relaciona con su concepto de arquitectura orgánica, descrita, en sus palabras, como el vehículo de la armonía entre el hombre y la tierra.
Le expuso al arquitecto Carlos Lazo, gerente de construcción de la Ciudad Universitaria, la idea de un enorme mosaico de piedras naturales para las fachadas de la gran biblioteca. O’Gorman dedicó dos días sin dormir y casi sin comer, para desarrollar su propuesta de lo que debían contener aquellos murales. Aunque el proyecto entusiasmó a Lazo, después se arrepintió, sin embargo, ante la insistencia de O’Gorman, le permitió hacer una prueba del mosaico en un área de la parte baja de la edificación, para ver cómo luciría arriba. Lazo aceptó con la condición de que O’Gorman cobrara una cantidad austera por el trabajo, pues en la construcción de la Ciudad Universitaria no se había contemplado tal detalle.
Después de lo anterior, había que localizar las piedras que formarían parte del mosaico, las cuales garantizarían la durabilidad, pues el arquitecto aseguraba que en ningún lugar del mundo existían pinturas que resistieran la intemperie, los rayos solares, la lluvia, los cambios de temperatura en el exterior, lo que sí ocurría con las rocas teñidas naturalmente.
O’Gorman llevó a cabo la recolección de 150 piedras durante viajes que hizo por todo el país, en los que visitó minas y canteras, pero eligió sólo 10 tipos de éstas para los murales.
Por ejemplo, en Hidalgo, halló piedras volcánicas de color violeta y dos calcedonias de color rosa; en Guerrero, las encontró de color amarillo, rojo, negro y verde. En particular, en búsqueda del azul, visitó el estado de Zacatecas, pues le comentaron que, en una mina llamada Pino Solo, había una piedra de ese tono; finalmente, como no la encontró, usó vidrio coloreado y triturado, al que después le dio forma de placas.
Cubrir 4 mil metros cuadrados de mosaicos significó una ardua tarea que comenzó con la elaboración de un gran tablero vertical de madera, en el cual se asentaron las plantillas de los dibujos al tamaño natural de los mosaicos que conformarían cada una de las fachadas; con ello, se hicieron lozas precoladas, de un metro por un metro cuadrado, para que pudieran ser colocadas sobre los muros.
Sobre una gran mesa de 48 metros, se montaron los precolados de concreto armado. Sobre cada plantilla, se colocaron los colores de las piedras de acuerdo a cada dibujo, cada plantilla tenía un número y letra; después, sobre éstas, se hizo un pequeño colado de cemento y arena con poca agua, para detener las piedras en su sitio; luego, sobre la plantilla, se colocaba una cuadrícula de fierro de alambrón, de un cuarto de pulgada, que funcionaba como estructura de precolado. El molde se coló hasta llenarse de revoltura de cemento, arena y gravilla; así, cada uno se dejó secar en un sitio frío. Dos días después, una vez limpia la superficie, los precolados estuvieron listos para ser instalados.
La Biblioteca Central se inauguró el 15 de abril de 1956, abriendo sus puertas a la comunidad universitaria, y a partir de entonces, comenzó una serie de adaptaciones y actualizaciones para ofrecer un mejor servicio a los usuarios, y con ello, reafirmar lo que develan sus murales: pasado, presente y futuro de nuestra nación, en los que la universidad tiene un papel fundamental.
O’Gorman, arquitecto, pintor y muralista
En 1928, Juan O’Gorman comenzó la casa estudio de Diego Rivera, y tiempo después, edificó el Anahuacalli, donde yacen las piezas prehispánicas que el muralista donaría a nuestro país.
Relataba en un documental que, en la época de Vasconcelos, se consideraba que había que darle a la ciudad, “una arquitectura mexicana”, la cual, algunos constructores decidieron que correspondía a un estilo colonial español, un modelo con el que no estaba de acuerdo, ya que, para él, la utilidad de los espacios era primordial. Fue bajo esta óptica, con la que, de 1932 a 1934, construyó 35 escuelas primarias y técnicas públicas.
O’Gorman, quien heredó el gusto por la pintura, por parte de su padre, beneficiaba al arte popular sobre el abstracto y moderno; por lo cual, varios de sus primeros trabajos fueron murales de pulquerías en la Ciudad de México, los cuales representaron el vivir cotidiano de sus habitantes. Años más tarde, reconocía tener la influencia surrealista de Leonora Carrington o de Remedios Varo, pero, específicamente, la de sus amigos Frida Kahlo y Diego Rivera.
En 1936, llevó a cabo dos murales en el interior del Aeropuerto central de la Ciudad de México (Los mitos paganos y Los mitos religiosos), los cuales desembocaron en un gran conflicto, debido a que, en el primero, plasmó una alegoría antifascista relacionada con Adolfo Hitler y Benito Mussolini; y, en el segundo, arremetía contra los dogmas de la iglesia. Esto llevó al embajador de Alemania, en México, a protestar enérgicamente ante la Secretaría de Comunicaciones. No obstante, aunque O’Gorman contó con el apoyo de los intelectuales del país, encabezados por Diego Rivera, los murales fueron tapiados. En este sitio, aún se conserva La conquista del aire por el hombre, obra que hizo a petición del presidente Lázaro Cárdenas.
Otros más de su autoría son Historia de Michoacán, que yace en la ciudad de Pátzcuaro, en la Biblioteca Gertrudis Bocanegra; y Mural retablo de la Independencia, que se ubica en el Castillo de Chapultepec.
Juan O’Gorman era hijo de Cecil O’Gorman y de María Encarnación O’Gorman, quien, no obstante su apellido, era mexicana. Nació en Coyoacán el 6 de julio de 1905, y desde pequeño, fue testigo de los movimientos sociales que generó la Revolución Mexicana, viviendo sus primeros años en León, Guanajuato, y más tarde, en la capital del país.
Se graduó como arquitecto por parte de la UNAM, en la Escuela de San Carlos, y todo su desempeño profesional lo tuvo en nuestro país. En 1972, recibió el Premio Nacional de Arte por su obra pictórica.
Le sobrevive una hija, adoptada durante su segundo matrimonio, con la norteamericana Helen Fowler; María Elena O’Gorman, quien actualmente reside en San Antonio, Texas.
La Biblioteca Central fue considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2007, por la Unesco, junto con el campus central de Ciudad Universitaria. Por mucho tiempo, ha sido el edificio más fotografiado del país y uno de los más representativos en otros, incluido en muestras miniatura.
Originalmente, estaba destinada a resguardar un millón de libros. En 2016, contaba un acervo bibliográfico multidisciplinario de poco más de 270 mil títulos en 527 mil volúmenes; publicaciones periódicas, con un total de 3 mil 586 títulos de revistas en áreas científicas, técnicas, humanísticas y de divulgación, además de la suscripción a nueve periódicos de circulación nacional; una colección de tesis que datan del año 1900 a la fecha, y con más de 450 mil registros, de los cuales 150 mil estaban en formato electrónico; por su parte, posee obras con fecha de impresión anterior a 1800. También, contiene colecciones particulares que le han sido donadas, y obras de consulta, como: enciclopedias, diccionarios, directorios, almanaques, atlas, guías turísticas.
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