En la historia de la medicina, ha habido incidencias y eventos, que marcaron un antes y un después, por la trascendencia que tendrían para la humanidad; y esto, porque fueron clave en la búsqueda de la salud, a través del estudio de la enfermedad. Ya lo veíamos, por ejemplo, con la iniciativa del doctor Ignaz P. Semmelweis, quien, al promediar el siglo XIX, destacó la importancia del lavado de manos en la atención hospitalaria.
Otro caso es el del doctor George Papanicolaou, un inmigrante griego que, afincado en Estados Unidos, luego de la primera década del siglo pasado, llevó a cabo una de las pruebas más eficaces de la medicina ginecológica, que ha permitido detectar y analizar el cáncer cervicouterino, salvando, con ello, la vida de millones de mujeres en el mundo. Por tal razón, este estudio de revisión lleva su apellido por nombre.
Georgios Nikolas Papanikolaou (su nombre, en griego) nació en Kymi, una localidad de la isla de Eubea, en Grecia, el 13 de mayo de 1883. Aunque tenía estudios en humanidades y música, cursó la carrera de medicina en la Universidad de Atenas, graduándose puntualmente, con honores. En los primeros años del siglo XX, ya ejercía su carrera, y pidió autorización a su padre para continuar su especialización, en Jena, Alemania. Ahí, trabajó bajo el mando del naturalista Ernst Haeckel, defensor de las teorías evolucionistas de Darwin. Para entonces, George deseaba dedicarse a la investigación biológica, así que ingresó en el Instituto Zoológico de Múnich, donde, luego de permanecer tres años, obtuvo el grado de doctor en filosofía.
De camino a Atenas, se encontró con Andromachi Mavroyenis, una joven a quien ya conocía y con la que estableció un vínculo, que derivó en matrimonio.
Luego de estar un tiempo en la Primera Guerra de los Balcanes (1912-1913), donde ejerció de reservista, y debido a los acontecimientos que ocurrían en la región, alentado por voluntarios norteamericanos, decidió, junto con su esposa, probar suerte en Estados Unidos, llegando en 1913, con sólo 250 dólares, que era la cantidad requerida para ingresar.
Como inmigrantes, y sin conocer el idioma de este país, trataron de adaptarse a las condiciones de vida que les ofrecía. Para ello, Andromachi trabajaba cosiendo botones, ganando cinco dólares semanales; mientras que Georgios vendía alfombras, y después, tocaba el violín en un restaurante, para ambientarlo; su tercer empleo fue por corto tiempo, en el diario griego Atlantis.
Un año más tarde, George Papanicolaou (su nombre americanizado) fue contratado por el Departamento de Anatomía de la Universidad Cornell, para trabajar como investigador, iniciando una nueva etapa en su formación profesional (otra versión de su biografía cita también al Departamento de Patología del Hospital Presbiteriano de Nueva York). Su esposa, por su parte, fue contratada como técnica y como su ayudante, un acierto que fue fundamental.
Como tenía el antecedente de haber hecho algunos trabajos sobre diferenciación sexual, el galeno solicitó unos cobayos hembras, para realizar experimentos acerca del papel que tienen los cromosomas en los óvulos. Esto lo llevó a observar la ovulación en los animales y a analizar las variaciones de los flujos vaginales y sus patrones citológicos. Para ello, requería sacrificar a varios ejemplares. Cierto día que observó una hemorragia vaginal en los cobayos, se puso a revisarlos con un espéculo nasal.
Llevó a cabo un frotis del material obtenido y lo puso al microscopio. Sorprendido, vio que éste reveló la existencia de diferentes formas celulares y una secuencia de distintos patrones, por lo cual, se percató que se encontraba ante un hallazgo importante. De esta manera, el doctor decidió hacer otro frotis, pero, ahora, con muestras de su esposa, el cual sería el primero de la historia y que representaría características similares a las encontradas en los estudios al cobayo. Dichas observaciones fueron publicadas en 1917, en la Revista Americana de Anatomía, con el título La existencia de un típico estro en el cobayo con un estudio de sus cambios histológicos y fisiológicos, y firmadas también por C. Stockard.
Para llevar a cabo otro estudio, que requería de este tipo de muestras, su esposa reclutó a un grupo de voluntarias para los análisis; fue entonces cuando el médico pudo dar con un caso de células malignas, lo que se traduciría en cáncer cervical. Lo había identificado entre la citopatología de células cervicales normales y otras malignas, con la simple observación microscópica. Su publicación de este hallazgo, en 1928, pasó inadvertida para la citología, por lo cual, volvió a centrarse en sus estudios hormonales de rutina. Curiosamente, en ese entonces, recibió la nacionalidad estadounidense y fue ascendido como profesor asistente en la Universidad Cornell.
Tuvo que pasar más de una década para que sus descubrimientos fueran aceptados y puestos en práctica.
En 1939, el doctor George fue alentado por su colega J. Hinsey, del departamento de Anatomía, para seguir estudiando los frotis de muestras de mujeres atendidas en el servicio de ginecología, con lo cual se pudieron percatar de casos asintomáticos de tumores uterinos. Los resultados de este trabajo se dieron a conocer en 1941, en la Revista Americana de Obstetricia y Ginecología, bajo el título El valor diagnóstico del frotis vaginal en el cáncer de útero.
Con estas contribuciones, el doctor Papanicolaou ya había dejado el camino andado para otros especialistas, en un campo donde, al principio, parecía inaudito creer que una simple muestra proporcionara indicios de una patología más severa. Hoy día, su legado es una de las aportaciones más valiosas en la medicina preventiva.
A partir de 1940, el médico fue objeto de diversos reconocimientos, como el Premio Borden, de la Asociación de Colegios Médicos Americanos; el Premio Amory, de la Academia Americana de Artes y Ciencias, en 1947; el Premio Albert Lasker para Investigación Clínica Médica, de la Asociación Americana de Salud Pública, en 1950; la Medalla de Honor, de la American Cancer Society, en 1952; y consiguió ser miembro honorario de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Atenas y de la Academia de Ciencias de Nueva York.
En 1961, estaba próximo a ocupar la dirección del Instituto de Investigación del Cáncer de Miami, sin embargo, fue un anhelo que ya no pudo cumplir, pues falleció el 19 de febrero de 1962. Sus restos se encuentran en el pueblo de Clinton, en Nueva Jersey. Su fiel compañera, quien le secundó durante sus investigaciones, falleció dos décadas después.
Como se ha visto en otros casos, los pioneros de grandes inventos o descubrimientos se vieron motivados por su entorno más cercano y experimentaron en éste y hasta en su propio cuerpo, con el fin de posibilitar una observación más detallada, vigilar más de cerca el proceso, teniendo la seguridad de que, con ello, se acercaban más a un resultado. En el caso del doctor Papanicolaou, fue su esposa quien sirvió para que tomara sus primeras muestras.
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