Antes de que existieran las calculadoras, la humanidad estaba acostumbrada a hacer operaciones aritméticas con instrumentos tan sencillos como los ábacos, cuya versión como la conocemos hoy en día fue desarrollada en China, aproximadamente en el año 1200 d. C.
Tuvieron que pasar varios siglos para que el alemán Wilhelm Schickard creara la primera calculadora, precisamente, en el año 1623. Se trataba de un aparato con palancas, que podía sumar y restar cifras de hasta seis dígitos. A partir de ese momento, hubo otros artefactos capaces de facilitar cálculos y operaciones elementales, como la calculadora Pascalina, del francés Blaise Pascal, quien la construyó en 1642, y que también tenía palancas.
Más de dos siglos y medio después, en 1902, James L. Dalton diseñó un modelo que, a diferencia de la Pascalina, no contaba con palancas, sino con botones, siendo más funcional, además de que podía hacer operaciones de hasta nueve dígitos.
Al promediar el siglo XX, en un intento más por mejorar los artilugios conocidos, el austriaco Curt Herzstark creó una calculadora mecánica, a la que nombró Curta, tan pequeña que cabía en la mano, y que permitía hacer operaciones básicas, aunque tenía un gran costo.
En este contexto, el 9 de enero de 1954, la firma tecnológica IBM presentó la primera calculadora electrónica del mundo, que funcionaba mediante transistores y circuitos integrados, aunque su tamaño era voluptuoso (como el de un mueble).
Dicho modelo fue lanzado a la venta con el nombre de IBM 608 Transistor Calculator, en 1957, y a un precio de 80 mil dólares, pues estuvo disponible para instalación comercial. Este invento fue determinante para que la empresa hiciera la transición de calculadoras electrónicas hacia aquellas que funcionan con transistores, las cuales permitieron una reducción física en su tamaño y un gran ahorro de energía en su funcionamiento.
El manejo de transistores en lugar de válvulas de vacío supuso un gran progreso en este ámbito, donde otras marcas comenzaron a innovar.
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