Como pocas actrices, Cate Blanchett inicia este 2022 bajo el eco de dos importantes producciones. Por una parte, con su participación en Don’t look up (No miren arriba), un streaming muy comentado, por su oscarizado reparto; y, por otro lado, con su protagónico en Nightmare alley (El callejón de las almas perdidas, en países hispanos), un thriller psicológico, dirigido por el mexicano Guillermo del Toro, en el que comparte cartel con Bradley Cooper. Estos trabajos resaltan el profesionalismo y versatilidad de la actriz, quien, desde hace algunos años, es considerada un ícono cinematográfico, pero, además, dejan ver su disposición para ocupar cualquier rol en las historias, sin importar que, para muchos, ella sea una diva.
Y es que, sin duda, en las últimas dos décadas, el desempeño actoral de esta australiana ha ido en ascenso, al grado de que la crítica le ha conferido el apodo de “la Meryl Streep de la próxima generación”, pues, al igual que la norteamericana, Blanchett es una mujer muy camaleónica, quien puede con todas las caracterizaciones y acentos que se proponga.
Sus orígenes
Catherine Élise Blanchett nació en Melbourne, Australia, el 14 de mayo de 1969, como hija de Robert Blanchett, un oficial de policía estadounidense, y de June, una maestra escolar y empresaria australiana. Tiene dos hermanos, Bob, mayor que ella, y Genevieve, la menor. Al morir su padre, contaba con 10 años de edad, por lo que se volvió una niña muy retraída, pues le afectó demasiado la pérdida.
Sus primeros pasos en el arte de la actuación se dieron en el Colegio Metodista de Damas de Melbourne, con algunos papeles de teatro. Posteriormente, ingresó a la Universidad de Melbourne a estudiar Economía y Bellas Artes, pero, al poco tiempo, la abandonó, ya que estaba indecisa sobre dedicar su vida a esta carrera.
Por un tiempo, se dispuso a viajar, y así fue como, en Egipto, y de manera casual, vislumbró su destino. Contó, alguna vez a un medio, que, acudiendo al hotel Oxford, donde se imprimían pasaportes, conoció a un escocés que estaba buscando extras de habla inglesa, para las escenas de una producción egipcia. Aunque no se comprometió con este ofrecimiento, cuando volvió a casa, decidió inscribirse en el Instituto Nacional de Arte Dramático de Sídney, graduándose en 1992. Enseguida, incursionó en el Teatro de Sídney, en producciones como Electra, de Sófocles, y Oleanna, de David Mamet.
Para la rubia, la “aventura”, como llama a su trabajo, comenzó de manera formal en 1994, con su participación en la serie televisiva Policía al rescate; y en las miniseries Heartland (1994) y Bordertown (1995), al tiempo que continuaba en el teatro. Dos años después, Camino al paraíso, una producción internacional, con colaboración de Australia, le permitió actuar al lado de experimentadas estrellas, como Frances McDormand y Glenn Close; y enseguida, llegó su primer protagónico: Óscar y Lucinda (1997). Después, vendría Elizabeth, donde encarnó a Isabel I de Inglaterra, papel que le confirió la nominación a un Globo de Oro y a un Óscar, como mejor actriz dramática y como mejor actriz, respectivamente, pero lo mejor es que le dio notoriedad en esta vasta industria.
De 2001 a 2003, interpretó a la elfa Galadriel, en El Señor de los anillos, bajo la dirección de Peter Jackson, así como en la trilogía de El hobbit; a partir de entonces, su entrada a Hollywood fue inminente.
Vinieron El aviador, cuyo papel de Katharine Hepburn le haría ganar el Óscar, por mejor actriz de reparto, en 2005; Babel (2006), dirigida por otro mexicano, Alejandro González Iñárritu; Diario de un escándalo (2006), nuevamente, de manufactura inglesa; Elizabeth: la edad de oro (2007), del director Shekhar Kapur; Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008); El curioso caso de Benjamin Button (2008) y Blue Jasmine (2013), que, bajo la dirección del controvertido Woody Allen, le llevó a obtener su segundo Óscar, como mejor actriz; un Globo de Oro, un BAFTA y un Premio del Sindicato de Actores (SAG); los tres, en 2014, en la misma categoría.
Blanchett ha trabajado en una veintena de filmes, asumiendo las más sorprendentes caracterizaciones, que la han encumbrado al papel de diva de las mil vidas, una labor que ha compartido con la Compañía de Teatro de Sídney, de la que ella y su esposo, Andrew Upton, son directores artísticos.
Con los pies sobre la Tierra
Al margen de ese aire de mujer inalcanzable, del tipo de su papel de Jasmine1, la mejor cualidad de Cate Blanchett es su sencillez, hasta en su andar; incluso, cuando se le ha conferido un premio, ella se levanta a recogerlo un tanto cabizbaja, para nada, con una mirada altiva; se atreve a bromear, a equivocarse en su discurso, a reír y a reconocer que lo suyo es, acaso, suerte. Se considera una mujer completa y trabajadora. Está casada con el dramaturgo anglo-australiano Andrew Upton, desde 1997, con quien ha procreado tres hijos varones y ha adoptado a una niña. Esta actitud tan normal no le ha hecho vulnerable a ventilar su vida privada como lo hacen otras celebridades, pues mantiene una relación, hasta cierto punto, reservada con la prensa, que, básicamente, está centrada en la promoción de su trabajo.
Una de sus interpretaciones más distinguida es la que hizo en Mi historia sin mí (2007), biopic del cantautor estadounidense Bob Dylan, en el que encarnó al músico de forma magistral, obteniendo el Globo de Oro, como mejor actriz de reparto, en 2008.
Imponente versatilidad
Shekhar Kapur, quien dirigió Elizabeth, dijo que “buscaba tres cosas fundamentales en la protagonista: ser de 400 años antes, la habilidad de ser de actualidad y la habilidad de no estar más que en espíritu; y Cate cumplía con las tres condiciones a la perfección. Este era el efecto que su imagen transmitía”. En esta idea, se resume gran parte de su éxito, pues la seriedad y firmeza de su mirada y su solemnidad para hablar, aunadas a su complexión y al glamour que proyecta, le han permitido caracterizar a personajes de distintas épocas.
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