Las estrellas, las verdaderas dirigentes del Imperio romano
- Redacción Relax

- hace 60 minutos
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La astrología, entendida como la interpretación simbólica de los movimientos celestes, para explicar o predecir los asuntos humanos, tuvo una presencia profunda en la vida política y social del Imperio romano, siendo una herramienta empleada por las élites, en particular, por los emperadores, para legitimar su poder, orientar decisiones y moldear la percepción pública.
La palabra “astrología”, del griego antiguo ἀστρολογία, es la unión de ἄστρον, que significa "estrella", y λογία, que es "discurso" o "estudio", por lo tanto, etimológicamente, la astrología es la “doctrina o el estudio de los astros”. Su raíz proviene del contacto con Oriente —especialmente con Babilonia y Egipto—, regiones donde ya existía una larga tradición de observar los astros como reflejo del orden divino.
En Roma, mirar al cielo era una manera de entender el destino del Estado. Durante los últimos años de la República (509 a. C.-27 a. C.) y los primeros del Imperio (27 a. C.-476 d. C.), la astrología adquirió un alto prestigio.
El primer gran ejemplo del uso político de la astrología fue Augusto, también conocido como Octaviano (Octavianus), el fundador del Imperio. Se menciona que, tras el asesinato de Julio César, en el año 44 a. C., apareció un cometa, que permaneció visible durante varios días, el cual fue interpretado por el pueblo romano como el alma de César, ascendiendo al cielo. Augusto, su heredero adoptivo desde los diecinueve años, aprovechó esa creencia y promovió la idea del Sidus Iulium, la “estrella Juliana”, como símbolo de la divinización de César. Este fenómeno celeste, pronto, se convirtió en una poderosa herramienta propagandística, ya que, si César había sido convertido en estrella, Augusto era su hijo predestinado por los dioses para gobernar Roma.
Augusto, incluso, adoptó el signo zodiacal de Capricornio —relacionado con su fecha de concepción, según los astrólogos— como emblema de su poder. Este signo apareció en monedas, estandartes y monumentos, representando disciplina, autoridad, poder, renovación y el inicio de una nueva era; por lo tanto, la astrología, en este contexto, dejó de ser una práctica privada para convertirse en un lenguaje político.
El uso de la astrología como medio de legitimación continuó durante los siglos siguientes. Muchos emperadores, como Tiberio, Claudio, Domiciano y Septimio Severo, mantuvieron astrólogos en sus cortes. Algunos, como Tiberio, eran conocidos por su interés obsesivo en las predicciones; su astrólogo más cercano, Trasilo de Mendes, también matemático y filósofo egipcio del siglo I, llegó a ejercer gran influencia en sus decisiones personales y de Estado. Las fechas de campañas militares, matrimonios, declaraciones políticas o viajes solían elegirse conforme a los dictámenes de las estrellas. Aunque las fuentes antiguas —como Suetonio o Tácito— mezclan el rumor con la realidad, no hay duda de que la astrología era considerada una disciplina seria, reservada a hombres sabios y consejeros imperiales.
Sin embargo, el poder de la astrología tenía una doble cara, ya que, por un lado, servía al emperador, pero, por otro, podía amenazarlo y predecir la caída de un gobernante o el ascenso de un nuevo “príncipe”. Como consecuencia, aunque existían astrólogos que gozaban de un enorme prestigio, no podían evitar el constante peligro al que estaban expuestos; como ejemplo, en el gobierno de Augusto, se establecieron leyes que les prohibían realizar horóscopos del emperador o consultar sobre su muerte. Pese a ello, las consultas clandestinas persistieron, y muchos astrólogos terminaron pagando con su vida por su exceso de franqueza.
Uno de los casos más famosos es la anécdota popular de Ascletario, astrólogo del tiempo de Domiciano (51-96 d. C.), quien predijo, con exactitud, su propia ejecución. Se cuenta que el emperador, desconfiado, ordenó su muerte y dispuso que su cuerpo fuera incinerado, para evitar que se cumplieran sus palabras; sin embargo, una tormenta apagó la pira funeraria, lo que muchos interpretaron como el cumplimiento de la profecía. Este tipo de episodios reforzaba el aura mística y temida de los astrólogos en Roma, siendo hombres que, se pensaba, leían el destino con tal claridad que ni el emperador podía escapar de él.
De este modo, la astrología influía en decisiones individuales, políticas y en la concepción del orden cósmico del Imperio; por consiguiente, Roma se veía a sí misma como el centro del mundo, y a sus emperadores, como representantes del equilibrio entre el cielo y la tierra. Las fundaciones de ciudades, la dedicación de templos o la inauguración de monumentos solían programarse en fechas que coincidieran con configuraciones astrales consideradas favorables; y, en algunos casos, los arquitectos imperiales alineaban los ejes de los edificios con puntos astronómicos específicos, como el solsticio o la salida de ciertas estrellas. Incluso, la iconografía imperial se impregnó de simbolismo zodiacal; fue así que el Sol, la Luna y las constelaciones aparecían en mosaicos, frescos y monedas, como recordatorio de que el poder del emperador estaba en armonía con el cosmos. Para ellos, gobernar bien equivalía a mantener el orden del universo.
Con el tiempo, la astrología romana se entrelazó con la filosofía estoica y el pensamiento helenístico. Filósofos como Séneca o Plotino la interpretaron como una forma de entender la interconexión entre el cosmos y la vida humana. El destino, decían, no era un castigo arbitrario, sino la manifestación de un orden natural que regía a dioses y hombres por igual. Esta idea sería más tarde retomada, aunque en un contexto distinto, por los fisiócratas del siglo XVIII, quienes, también, defendían la existencia de leyes naturales, aunque, esta vez, aplicadas a la economía y la sociedad. De este modo, la astrología se mantuvo como parte del bagaje intelectual del Imperio hasta bien entrada la Antigüedad tardía, para irse transformando con el tiempo.
Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Estado, la astrología comenzó a ser vista con desconfianza. Los dirigentes de la Iglesia la consideraban incompatible con el libre albedrío; sin embargo, su influencia no desapareció. Muchos de los primeros astrónomos y estudiosos medievales heredaron los métodos y tablas desarrolladas por astrólogos romanos y helenísticos. La idea de que el cielo reflejaba el destino de la humanidad perduró durante siglos, y, aún hoy, sigue siendo parte de nuestra cultura simbólica, desde otras perspectivas.
La astrología en el Imperio romano fue una fuerza política, una herramienta de legitimación y un código de poder; sin duda, sirvió para fundar dinastías, inspirar leyes, marcar fechas decisivas y consolidar el mito de los emperadores como elegidos del cielo. Entre la ciencia y la superstición, los romanos convirtieron el movimiento de los astros en una metáfora viva de su propio destino imperial, tan vasto, ordenado y, al mismo tiempo, inevitable. Mirar al cielo era, para Roma, mirar hacia sí misma. Así, la astrología influyó en las decisiones del Imperio romano y formó parte esencial del modo en que Roma entendió el poder, el destino y su lugar en el universo, en esa época.
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