La mayoría de las personas hemos experimentado sensaciones de miedo o de pánico ante lo desconocido o lo sobrenatural, ya sea que se trate de historias de ficción o aquéllas que están basadas en algunos pasajes de la realidad. Mucho de ese temor ha estado propiciado por relatos que fueron transmitidos de nuestros bisabuelos a los abuelos y de éstos a nuestros padres, y así, de generación en generación, prevaleciendo como mitos y hasta verdades incuestionables.
Por ello, es tan interesante adentrarnos en los motivos que dieron luz a una de las obras más importantes en la historia de la literatura; una narración del Romanticismo que, desde que llegó a las librerías del siglo XIX, resultó un éxito abrumador, que sembró el terror y la duda.
¿Una vida inquietante?
El 1 de marzo de 1818, a los 21 años de edad, Mary Wollstonecraft Godwing, la hija del filósofo y político William Godwing, y de la filósofa y pionera feminista Mary Wollstonecraft, publicaba Frankenstein o el moderno Prometeo, una novela que, ubicada en el género de ciencia ficción, dio pie a una serie de cuestionamientos, pues señalaba los alcances de la ciencia como creadora, de ahí que, por ejemplo, esta edición no fuera firmada por la autora; en primer lugar, porque la joven se enfrentaba a un contexto en el que era muy mal visto que las mujeres se expresaran, que lo hicieran en una forma tan pública como la literatura y sobre todo a través de una escabrosa historia. A este respecto, la novela fue prologada por Percy Bysshe, su accidentado esposo, quien, por largo tiempo, todo mundo consideró que era el autor.
Pero, volvamos atrás…
La historia de Frankenstein retrata los andares de un grotesco humanoide, creado a partir de diferentes cadáveres por el soberbio estudiante de medicina Víctor Frankenstein, quien, influenciado por alquimistas y apasionado por la química, estaba obsesionado por concebir vida a partir de la materia muerta, llegando a ese ingobernable fin después de un largo proceso de recolección de tejidos y de pruebas.
A este resultado, ayudaron las corrientes eléctricas, recurso en el que Víctor Frankenstein creía, para dar vida y movimiento a ese ser que pronto despertó de su letargo, y que fue llamado “ser demoníaco”, “engendro”, “horrendo huésped”, sin que le adjudicara un nombre definido, pues tan terrible era su aspecto.
Apenas cobró vida, la criatura fue capaz de moverse, de caminar y de mostrar un carácter hasta cierto punto humano, con sensibilidad e inteligencia; fue capaz de admirar la naturaleza y de cultivarse; pero, debido al rechazo social del que era objeto, permanecía solitario y triste, guardando en su interior el deseo de una compañía que sintiera lo mismo que él y que lo aceptara como era. La crueldad de la gente y de su propio autor lo llevaron a sentir odio y a vengarse, destruyéndolos.
Frankenstein traducido
Autores de la biografía de Mary Shelley han dado cuenta de que en ella habitaba un sentimiento de orfandad permanente, el cual probablemente fue transferido al monstruo de Frankenstein, pues la autora perdió a su madre al momento de su nacimiento, pero, además, su padre, un hombre de pensamiento liberal, contrajo nupcias muy pronto, dándole a ella y a su hermana mayor, una madrastra que, algunas versiones apuntan, tenía un carácter conflictivo. Para William Godwing, quien había aceptado a Wollstonecraft, con una hija de una unión anterior, no fue tan difícil formar otra familia, pero para Mary resultó un duro golpe, pues idolatraba a su madre.
Tan pronto llegó a la adolescencia, Mary, quien bebía los discursos de un padre de pensamiento abierto; ya que por ejemplo, en el año 1793, éste publicó en Justicia Política que el matrimonio era un monopolio represivo; se había formado a partir de muchas de sus ideas, mostrando cierta astucia y propiedad. Así que, rodeada de un ambiente intelectual, a los 17 años de edad, se relacionó sentimentalmente con el poeta y filósofo radical Percy Bysshe Shelley, amistad de su padre y partidario de sus ideales políticos, quien pretendía otorgarle ayuda para resolver sus problemas económicos, pero, quien, además, era un hombre separado de su esposa, una condición que William no aceptó, pero ante la cual no se pudo oponer.
Aunque, la relación con Percy Shelley resultó un vaivén emocional, Mary huyó con él y con su media hermana Claire Clairmont, primero a París y luego a Suiza, durante dos meses, un tiempo en el cual se mantuvieron escribiendo, para finalmente regresar a Londres y a la realidad, con problemas económicos, un embarazo imprevisto y el rechazo de su padre.
Clara, su hija, murió poco tiempo después de nacer prematuramente, provocándole un gran dolor. Más tarde, se enfrentó a la agridulce situación de casarse con Percy, luego de que Harriet, esposa de éste, se suicidara.
Cabe decir que, en el verano boreal de 1816, una época de largo frío, cuando Mary acudió, junto con Percy, George Gordon Byron (Lord Byron), John William Polidori y su hermana Claire, a la mansión de Villa Diodati, en Suiza, se dio la gestación de Frankenstein, pues la atmósfera y las conversaciones, en torno al galvanismo, le dieron un enfoque a su historia. Un año después había una edición original, para 1818, otra escrita con la ayuda de Percy y, 13 años después, otra ya firmada por ella y publicada por su padre.
Italia, dolor y grandes recuerdos
Antes de su tercera década de vida, Mary había experimentado otras pérdidas, como la de Clara Everina, su tercera hija, a causa de disentería, y la de su segundo hijo, por malaria. Por si fuera poco, en julio de 1822, Percy falleció ahogado, mientras navegaba en su velero Don Juan, de regreso a Lerici, proveniente de Pisa, y acompañado por su amigo Edward Ellerker Williams. Previo a la cremación, se extrajo el corazón del poeta, que Mary supo conservar hasta su muerte, envuelto en seda.
Mary Shelley dedicó su vida a escribir y a cuidar de su cuarto hijo, Percy Florence, y a preservar la obra de su marido, editando parte de ella. Cabe decir que, la historia le hizo justicia 167 años después, cuando Emily Sunstein publicó su primera biografía completa, titulada Mary Shelley: Romance y Realidad (1989), pues, aunque parte de su vida fue considerada una escritora, a su muerte, en 1851, se le recordó primordialmente por haber sido la esposa de Percy Bysshe y la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, aunque existe más de una decena de obras suyas.
Como su personaje fetiche, la singular autora pudo sentirse a la deriva, esperando el amor definitivo de un hombre que, aunque intelectualmente parecía confluir con sus ideas, fue infiel; desde que tuvo uso de razón, vivió la pérdida de los suyos, un motivo que quizá le llevó a desear dar vida después de la muerte, a resistirse a desaparecer, al olvido de los demás, pero también a la rebeldía por haber sido creada, al deseo de venganza por el desamor, hasta convertirse en un ser horrendo.
Hay versiones, que le confieren cierto resquemor y aversión hacia los hombres, de ahí la grotesca creación de uno, en tanto, otras sostienen que su criatura fue un reflejo de ella misma, tan impropia, tan culpable de existir en una sociedad que no aceptaba la vida que ella había decidido, una vida alejada de los cánones propios de una mujer del siglo XIX.
Quizá Mary, como Frankenstein, sólo era un monstruo que quería ser aceptado y feliz
“¡Cómo expresar mis emociones ante aquella catástrofe, ni describir al desdichado al que con tan infinitos trabajos y cuidados me había esforzado en formar! Sus miembros eran proporcionados, y había seleccionado unos rasgos hermosos para él. ¡Hermosos! ¡Dios mío! ...”. Es una sentencia de la novela, que retrata tanto la sorpresa como al espanto, por haber creado a ese ser tan repugnante.
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