top of page
  • Hedy Hernández

Cliserio Reyes



El niño que voló fuera de un avión



En 1945, gracias a Miguel Alemán y a Raúl López Sánchez, se construyó el Puerto Aéreo Internacional Francisco Sarabia, en Torreón, Coahuila.


Cliserio Reyes Guerrero, originario de la comunidad de Florencia, del municipio de Francisco I. Madero, en Coahuila, era un humilde campesino que se volvió un apasionado de la aviación desde que vio volar el primer avión, sobre el campo de siembra de su padre. Su sueño se convirtió en una obsesión, y como su situación económica no le permitía comprar un boleto para viajar en ese medio de transporte, en octubre de 1950, tuvo una arriesgada idea: volar por primera vez, aferrándose al ala de un aeroplano.


Para esto, Cliserio observó perfectamente la mecánica de aterrizajes y despegues. Sabía que, dependiendo del viento, los pilotos, en coordinación con la torre de control, elegían el sentido del despegue, y que, antes de iniciar la carrera, el avión se detenía unos minutos para probar los instrumentos. Ese tiempo podría ser el momento adecuado para abordar el vehículo y aferrarse a una de las alas traseras, pues ya lo había practicado con aviones que estaban en mantenimiento. Su cuerpo ajustaba perfectamente en el ala trasera y los pies se podrían apoyar en el empenaje, donde los flaps ensamblan con el ala. Practicó cómo insertar sus brazos para quedar bien sujeto al ala cuando llevara a cabo su soñado vuelo.


La hazaña

La noche del 8 de octubre de 1950, el muchacho llegó a la entrada del aeropuerto, se deslizó por un agujero en la puerta y se puso en cuclillas, esperando el momento adecuado. Casi a la media noche, observó que un DC-3 encendió sus motores y se dirigió a la pista 12, en donde él aguardaba; aprovechando la oscuridad y la distracción del piloto, cuando la aeronave daba vuelta, Cliserio corrió y brincó al estabilizador horizontal derecho, y se sujetó con todas sus fuerzas.


Como comandante del avión, con matrícula XA-FUM, de la aerolínea Líneas Aéreas Mineras S. A. (LAMSA), en el vuelo 10, estaba el capitán Jorge Guzmán Lavat y, como primer oficial, el capitán Guillermo Bueno, quienes transportarían a 21 diputados federales, que regresaban a la Ciudad de México desde Ciudad Juárez; Torreón fue sólo una breve escala de reabastecimiento.


Durante la carrera del despegue, el capitán sintió un peso sobre la cola de la nave y una leve vibración en la palanca de mando, lo que le pareció extraño; ya en vuelo, al incrementar la velocidad y la altitud, la vibración fue más intensa y se le dificultaba maniobrar, por lo que, con más de media hora de trayecto, decidió volver a Torreón, para que el vehículo fuera revisado. El viraje para regresar, lo hizo hacia su izquierda, y eso, sin saberlo, salvó la vida de Cliserio, ya que hizo que se recargara en la cola del avión; de lo contrario, posiblemente, se hubiera caído.


El joven llevaba una cachucha con orejeras, parecida a la de los aviadores; cubría sus ojos con unos lentes y, sobre la boca y la nariz, tenía amarrado un pañuelo. La camisa le quedó hecha jirones y, de las mangas, prácticamente, sólo le quedaron los puños, pues el fuerte viento se las destrozó. En la espalda, presentaba raspones y moretones, de los golpes que se dio contra la aeronave durante las turbulencias.


Empleados de LAMSA esperaban al avión en la pista, y al revisarlo, encontraron al polizón, sujetado del estabilizador, entumecido, aturdido y asustado. Los trabajadores lo pusieron en el suelo, inconsciente, pero se despertó por los gritos del personal y de los pilotos, policías y algunos diputados que se acercaron para ver lo que sucedía.


La historia se supo rápidamente por el mundo y todos se preguntaban cómo un adolescente había sobrevivido, colgado del avión, a 12 mil pies de altitud, a más de 300 km/h y a 59 minutos de vuelo.


El joven fue llevado a la cárcel municipal, y el abogado apoderado de LAMSA, el Lic. Córdova Zúñiga, pidió que fuera puesto a disposición del Ministerio Público, pues estaba acusado de daño a las vías de comunicación y de haber puesto en peligro la vida del piloto, de los pasajeros y la seguridad de la propia nave. Varios abogados dijeron que no existía delito penal en el acto de Cliserio, por lo que, solamente, debía pagar una sanción según lo estipulado en la Ley General de Vías de Comunicación, que ascendía a cinco mil pesos de la época.


Se organizaron colectas populares en toda la comarca, para pagar la fianza. Incluso, dos médicos laguneros, que radicaban en la capital del país, enviaron un par de cheques por la cantidad de 100 pesos, fondos suficientes para la defensa legal. A partir de ahí, decenas de personas hicieron lo mismo, mandando uno, dos, tres, cinco, diez, treinta pesos o más; todos, con la intención de que Cliserio pudiera seguir sus estudios y convertirse en piloto. El muchacho quedó en libertad después de 16 horas detenido, de presentarse ante el juez, para dar su versión de los hechos –misma que coincidió con la del Ministerio Público­– y de pagar la multa correspondiente.


Un sueño cumplido

Tiempo después, la Sociedad Mutualista le entregó un reconocimiento y una medalla como testimonio y recuerdo de su gran hazaña. Los donativos siguieron llegando e, incluso, Rodolfo Martínez, gerente de Fumigaciones Aéreas, envió una carta al padre de Cliserio, para manifestarle su intención de instruir a su hijo, para que pudiera ser piloto, con todos los gastos pagados. Así, el capitán Miguel Carranza, lo convirtió en aviador profesional. Al principio, el joven se dedicó a la fumigación; posteriormente, fue piloto comercial y, con el tiempo, se convirtió en el socio de su propia empresa, Servicios Aéreos Reyes Román S. A., en Chiapas, que prestaba sus servicios a la Secretaría de Recursos Hidráulicos.


Comments


bottom of page