En el costado oriente de la Catedral Metropolitana, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, se encuentra el Templo Mayor (Huey Teocalli) de los mexicas, la edificación más importante de la gran ciudad prehispánica de Tenochtitlan. Ahí, convergían los cuatro rumbos de la Tierra, así como el eje de los tres niveles de la vida: el cielo, la tierra y el inframundo.
Su fundación, llena de símbolos y mitos, se dio en el lugar que el dios de los mexicas eligió para erigir la ciudad. Según los códices, se formaron siete comunidades distintas, quienes, por mandato del dios Huitzilopochtli, emprendieron un viaje, hasta llegar, en 1325 d. C., al lago de Texcoco, lugar señalado por dicha deidad. Sin embargo, se cree que el sitio se escogió debido a razones económicas y militares, principalmente, pues era una zona en la que abundaban los productos acuáticos y se podía defender fácilmente.
Según la tradición, el Templo Mayor se construyó justo en el punto donde los viajeros de Aztlán encontraron el sagrado nopal que crecía en una piedra, y sobre el cual se posaba un águila, con las alas extendidas al sol, devorando una serpiente. Este primer cimiento, dedicado a Huitzilopochtli, marcó el principio de uno de los edificios ceremoniales más importantes de su época.
En él, convergían las grandes calzadas que comunicaban a Tenochtitlan con la tierra firme: la de Iztapalapa, por el sur, con su afluente a Coyoacán; la de Tacuba (Tlacopan), por el oeste; y la del Tepeyac (Tepeyácac), por el norte. La ciudad se surtía de agua mediante dos acueductos que provenían desde el cerro de Chapultepec, Coyoacán y Azcapotzalco. Para separarla de la zona habitacional, según lo han verificado los arqueólogos, se construyeron largas plataformas, con múltiples escalinatas ubicadas eficazmente.
El Templo Mayor fue ampliado siete veces, y antes de cada una de ellas, los mexicas iniciaban una ‘guerra florida’ contra alguna civilización enemiga, para apresar rivales y sacrificarlos el día de la consagración del templo renovado.
Descubrimientos del siglo XX
Durante los años 1900, los arqueólogos fueron descubriendo esta edificación, que fue destruida tras la Conquista española y cuyos vestigios estaban escondidos bajo los cimientos de construcciones virreinales y decimonónicas.
En 1914, el historiador y arqueólogo Manuel Gamio encontró la esquina suroeste y parte de una escalinata, y determinó la ubicación exacta del Templo Mayor.
Monolito de Coyolxauhqui, el gran hallazgo
El Proyecto Templo Mayor, encabezado por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, inició el 21 de febrero de 1978, cuando una cuadrilla de obreros de la Compañía de Luz y Fuerza encontró, accidentalmente, en pleno centro de la ciudad, una piedra circular, con el relieve de la diosa lunar Coyolxauhqui. Estaba localizada al pie de la escalinata que conducía al adoratorio dedicado a Huitzilopochtli.
El monolito representa a una mujer desmembrada, evocando el mito mexica sobre el nacimiento de su dios titular, Huitzilopochtli, en el cerro Coatepec. Según el relato, el embarazo de su madre, la diosa Coatlicue, enfureció a su hija Coyolxauhqui (la Luna) y a sus otros cuatrocientos hijos, los Centzonhuitznahua (las estrellas), quienes intentan matarla. En ese momento, nace Huitzilopochtli, quien, defendiendo a su madre, decapita a su hermana y arroja su cuerpo desde lo alto del cerro, provocando el despedazamiento. En seguida, persigue a sus hermanos y los extermina.
Otras zonas importantes
La edificación, de 45 metros de altura, con una base cuadrangular, de 400 metros por lado, tenía dos grandes escaleras, situadas frente a cada uno de los dos templos dedicados a sus principales deidades: el del norte, en honor de Tláloc, dios de la lluvia y la agricultura; y el del sur, tributo a Huitzilopochtli, dios de la guerra. Ambas deidades tenían relación directa con la sobrevivencia del pueblo: la guerra, como medio de expansión y control económico de otras zonas; y el agua, como elemento natural fundamental para la agricultura.
Frente a la gran pirámide, se levantaba el adoratorio de Ehécatl, dios del viento, de base circular, dedicado a Quetzalcóatl; y al costado sur, se alzaba el altar Tzompantli, de base rectangular, en cuya cumbre, se encontraban las calaveras de miles de sacrificados, así como de los guerreros muertos en batalla.
Frente al Templo Mayor, estaba el palacio de Axayácatl, residencia de Moctezuma Xocoyotzin, que, después, ocupó Hernán Cortés. A la entrada de los adoratorios, había unas esculturas de hombres, en posición sentada, que sostenían los estandartes y las banderas hechas de papel amate, evocando el poder de las divinidades; en el interior, protegidas de la luz, por unos trozos de tela, se encontraron imágenes de deidades.
En los descubrimientos registrados entre 1979 y 1980, están dichos adoratorios, y al frente del acceso, se localizaron unas urnas funerarias, con restos osteológicos y una escultura de Chac Mool.
En el norte del templo, también, se ubicó un edificio adornado con más de 260 cráneos, que hace referencia al Mictlán, el lugar de la muerte; así como los Templos Rojos, que se distinguen por la policromía de sus murales.
En los años 80, el arqueólogo Francisco Hinojosa halló una de las cimentaciones más impresionantes: la Casa de las Águilas, llamada así por sus dos esculturas de guerreros águila, en cuyo interior, encontraron restos de carbohidratos de una sustancia rica en azúcares y almidones, componentes de sangre y grasas animales y vegetales. Diez años después, encontró, en los lados norte y sur, evidencias del palacio de los caballeros águila y del palacio de los caballeros jaguar, decorados con la representación de procesiones de guerreros, así como con dos figuras alusivas de barro. Al frente, formando una especie de entrecalle, se hallaron cuatro basamentos, de dimensiones semejantes, dedicados al culto de los dioses de la agricultura y la fertilidad.
De ahí en adelante, se iniciaron los trabajos de investigación, que, a la fecha, no han parado y que han permitido identificar al Cuauhxicalco, lugar de enterramiento de los tlatoanis; el monolito de Tlaltecuhtli, la diosa de la tierra; y una gran cantidad de ofrendas.
Justo donde, hoy, se ubica la Catedral Metropolitana, en la esquina suroeste del recinto, estaban unos basamentos piramidales, entre los que destacaba aquel en donde se rendía culto al Sol naciente, el Huey Tzompantli. Dicho edificio estaba conformado por cientos de cráneos humanos, ensartados en astas de madera, y ornado con grandes representaciones de chalchihuites o jades, que simbolizaban lo maravilloso del astro y su misión de iluminar los cuatro rumbos del universo.
La cancha del juego de pelota
En 2010, en la calle Guatemala, a unos metros de la zona arqueológica del Templo Mayor, se inició un remozamiento de la banqueta y del asfalto; gracias a ello, se encontró un fragmento de la cancha más importante del juego de pelota, el Huey Tlachco. Durante la práctica del juego (llamado ulama, porque la pelota estaba hecha de hule), los jugadores golpeaban el esférico, con las caderas, recreando el movimiento del Sol, simbolizado en la pelota, por el firmamento. Cuando ocurría un movimiento contrario, el partido se detenía y se decapitaba a un jugador, con lo cual se evitaba la inminente destrucción del universo.
La cancha medía ocho metros de ancho, por 30 de largo, y estaba flanqueada por paredes inclinadas, para hacer rebotar la pelota. A los lados norte y sur del patio, estaban los taludes, con sus respectivos anillos de piedra, a través de los cuales tenía que pasar la esfera.
Los hijos de los nobles aztecas, conocidos como pipiltin, eran educados desde los seis y hasta los 15 años de edad, en el calmécac, escuela donde se les preparaba para ser futuros funcionarios del gobierno, supremos sacerdotes o grandes dirigentes de la milicia.
Mayor depósito de estrellas de mar
Entre los vestigios arqueológicos investigados desde 2019, se encontró una gran ofrenda, que combina elementos terrestres, como una figurilla de copal y el cuerpo de un jaguar, armado con una tiradera o atlatl (propulsor de dardos), al igual que elementos marinos, como corales, peces globo, caracoles y estrellas de mar.
En esta ofrenda, identificada con el número 178, a finales de 2021, los arqueólogos Miguel Báez Pérez y Tomás Cruz Ruiz descubrieron, en el Cuauhxicalco (edificio circular, alineado con el lado sur del Templo Mayor), 164 estrellas de mar, las cuales, se estima, datan del año 1500, época de transición entre el reinado de Ahuízotl y el de Moctezuma Xocoyotzin.
Es el más grande depósito de estrellas de mar descubierto hasta ahora, distinguiéndose un ejemplar de la especie Nidorellia armata (también conocida como estrella de chispas de chocolate), de 22 centímetros de largo entre sus puntas, que representa un caso singular de conservación, ya que mantiene la impresión de su forma y estructura interna, preservándose casi intacta. Lo anterior es inusual, pues los restos de las otras 163 estrellas están dispersos debido a la pérdida natural de su materia orgánica.
El Templo Mayor es un complejo prehispánico, que, a su vez, se conforma de otros edificios, torres y patios, que, por su simbolismo e importancia, era el recinto más destacado de la ciudad de Tenochtitlan. Es una gran fortuna que sus vestigios hayan sido descubiertos, permitiéndonos conocer y acercarnos a la cultura y a la forma de vida de nuestros antepasados.
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