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Mexicanos a toda vela

  • Foto del escritor: Redacción Relax
    Redacción Relax
  • hace 3 días
  • 5 Min. de lectura

La increíble hazaña del Sayula II, en la Whitbread Round the World Race


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En 1973, un grupo de mexicanos decidió hacer lo impensable: competir en la primera Whitbread Round the World Race, una regata de 27 mil millas náuticas alrededor del planeta. Lo que comenzó como una aventura audaz terminó convirtiéndose en una de las mayores proezas de la historia de la navegación.


Cuando la prensa se burló de los soñadores


En los años 70, México no era precisamente un país conocido por su tradición marinera. Por ende, la idea de que un grupo de mexicanos participara en una competencia náutica internacional parecía más un chiste que una posibilidad real. Cuando se anunció que un empresario jalisciense llamado Ramón Carlín encabezaría una tripulación mexicana para competir en la Whitbread Round the World Race –una durísima regata de vuelta al mundo, patrocinada por la cervecera británica Whitbread–, muchos periódicos reaccionaron con ironía.


Las notas en los diarios británicos se burlaron abiertamente: “¿Mexicanos? ¿En un velero? ¿Y en alta mar?”. En aquel entonces, la imagen del país estaba más asociada con el desierto, el tequila y los sombreros, que con las olas y las brújulas, por lo que el mundo se preguntaba ¿qué podía saber un grupo de tapatíos sobre tormentas, corrientes oceánicas y navegación a vela?


Pero Carlín, un hombre acostumbrado a los desafíos, no se dejó intimidar. Empresario y amante del mar, había aprendido a navegar relativamente tarde en su vida, pero su motivación no era la fama ni el dinero, sino la curiosidad y el deseo de demostrar que los mexicanos podían destacar también en un terreno dominado por los europeos.  Así nació la aventura del Sayula II, un Swan 65, construido en Finlandia, que se convertiría en un símbolo del ingenio, el coraje y la tenacidad mexicana.


Ramón Carlín no era un marinero profesional. Era un hombre de negocios, esposo y padre de familia, que había descubierto su pasión por la navegación en las costas del Pacífico mexicano. En su juventud, había trabajado duro para construir una vida cómoda, pero el espíritu aventurero lo acompañó siempre. Cuando escuchó que se organizaría la primera regata alrededor del mundo, no lo pensó dos veces y se animó a participar.


Para muchos, la idea resultaba descabellada. Pero Carlín tenía un rasgo inquebrantable: la determinación. Compró un velero de 65 pies, fabricado en Finlandia, al que bautizó como Sayula II, en honor al pueblo jalisciense de Sayula, y lo equipó con lo mejor que pudo conseguir. Pero su mayor reto no fue el barco, sino la tripulación.


No contrató marinos veteranos ni buscó a las estrellas del yachting europeo. En cambio, reunió a un grupo de familiares y amigos: su hijo, Enrique; su esposa, Marcela; sólo un par de marinos experimentados; y jóvenes entusiastas, con más ganas que experiencia.  Juntos, formaron un equipo inusual en el mundo de la vela profesional. No hablaban el mismo idioma náutico que los británicos o franceses, pero compartían algo mucho más importante: una voluntad férrea y una confianza total en Carlín.


El Sayula II fue botado en 1973, con la bandera mexicana, ondeando “orgullosa”, en el mástil. En ese momento, pocos podían imaginar que aquel velero, tripulado por “aficionados del trópico”, haría historia, al convertirse en el primer campeón de la Whitbread Round the World Race.


La carrera más dura del mundo


La Whitbread Round the World Race, hoy, conocida como la Ocean Race, fue concebida como la prueba máxima para los navegantes de todo el mundo. La edición inaugural de 1973-1974 partió de Portsmouth, Inglaterra, con 17 embarcaciones inscritas, tripuladas por marinos de élite, provenientes de países con larga tradición náutica, como Reino Unido, Francia, Suecia, Italia, entre otros. Y, junto a ellos, México.


La competencia se dividió en cuatro etapas, y la ruta cubrió más de 27 mil millas náuticas (unos 50 mil kilómetros), a través de los mares más desafiantes del planeta. Durante 133 días de navegación, los equipos debieron descender por el Atlántico, rodear el cabo de Buena Esperanza (Sudáfrica), atravesar el helado océano Austral, pasar por el Cabo de Hornos (zona austral de Chile) y regresar por el Atlántico norte hasta Inglaterra.


El peligro era constante. Las olas alcanzaban los 20 metros de altura y los vientos podían superar los 80 kilómetros por hora. Muchos barcos sufrieron averías; uno, incluso, se hundió. Los tripulantes pasaban semanas sin ver tierra, mojados y exhaustos, enfrentando temperaturas bajo cero y la soledad del océano.


En este contexto, la tripulación mexicana sorprendió al mundo. El Sayula II no sólo sobrevivió, sino que destacó. A pesar de su falta de experiencia, el equipo navegó con disciplina, inteligencia y una sorprendente capacidad para adaptarse. Carlín, con su estilo sereno y pragmático, supo mantener la calma en medio del caos, tomando decisiones estratégicas que le dieron ventaja sobre los competidores.


Cuando el Sayula II cruzó la línea de meta, en Portsmouth, el 17 de abril de 1974, el asombro fue general. Contra todo pronóstico, México había ganado la primera vuelta al mundo a vela, de la historia moderna.


La hazaña mexicana y su legado


El triunfo del Sayula II fue más que una victoria deportiva; fue una lección sobre la audacia y el poder de los sueños. La imagen del equipo mexicano celebrando con la bandera nacional ondeando sobre las aguas inglesas dio la vuelta al mundo. Los mismos medios que se habían burlado de ellos los llamaron héroes.


Para México, fue una sacudida de orgullo y una demostración de que el talento y la determinación no tienen fronteras. En un país donde la náutica era una actividad desconocida para la mayoría, Carlín y su tripulación demostraron que la preparación, la visión y el trabajo en equipo podían llevarlos tan lejos como las corrientes lo permitieran.

El Sayula II se convirtió en leyenda. Su historia fue narrada, décadas después, en el documental The weekend sailor (2016), dirigido por Bernardo Arsuaga, que recupera la aventura, con testimonios de los protagonistas y material de archivo. Allí, se muestra que lo que impulsó a Ramón Carlín no fue la búsqueda de gloria, sino la simple convicción de que era posible hacerlo.


Además, la hazaña dejó una profunda huella en el mundo de la vela. Inspiró a nuevas generaciones de navegantes latinoamericanos y ayudó a cambiar la percepción de lo que un país sin tradición marinera podía lograr. El Sayula II, cuidadosamente restaurado, sigue siendo un ícono para los amantes del mar y un recordatorio de que la pasión puede desafiar cualquier pronóstico.


Ramón Carlín falleció en 2016, pero su legado permanece; porque la verdadera victoria del Sayula II no fue llegar primero, sino demostrar que la valentía también navega con bandera mexicana.


La historia del Sayula II y de Ramón Carlín es una de esas epopeyas que trascienden el deporte. Es el relato de cómo un grupo de soñadores, desafiando la burla y la incredulidad, se convirtió en leyenda. Una prueba de que los mares del mundo también pueden rendirse ante el espíritu indomable de México.

 

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