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Sayulita: la capital del surf en la Riviera Nayarit

  • Foto del escritor: Redacción Relax
    Redacción Relax
  • 2 jun
  • 5 Min. de lectura



Si tuviéramos que imaginar el paraíso bohemio ideal, probablemente se parecería muchísimo a Sayulita, un pequeño pueblo costero ubicado en la mágica Riviera Nayarit, al oeste de México. Esta encantadora población, a sólo unos 40 minutos de Puerto Vallarta, se ha ganado el corazón de surfistas, familias, artistas y hasta celebridades que buscan escapar del bullicio sin renunciar al estilo. Y es que Sayulita tiene ese "no sé qué" que atrapa desde el primer momento: playas doradas con olas perfectas, calles empedradas llenas de vida, palmeras que se mecen con la brisa del Pacífico y un espíritu libre que se respira en cada rincón.

 

Sayulita no es un destino turístico cualquiera: es un estilo de vida. Es ese lugar donde los días empiezan con surf, se disfrutan con tacos de pescado al atardecer y terminan con fogatas en la playa y conversaciones con desconocidos que se vuelven amigos.

 

Un pueblo entre olas y tablas

Desde hace décadas, Sayulita ha sido conocida como un paraíso para surfistas, las olas son legendarias.

 


La Playa Principal es perfecta para principiantes, con olas suaves y constantes. A un lado está la Playa de los Muertos, más tranquila y escondida, ideal para relajarse después de una buena sesión de surf. Y si es más aventurero, puede buscar olas más retadoras en Punta Sayulita o en los alrededores.

Hay escuelas de surf por todo el pueblo, con instructores locales muy pacientes que saben cómo hacer que se levante en su primera ola. Y si ya tiene experiencia, puede aventurarse a lugares cercanos como San Pancho o incluso La Lancha, donde las olas son más grandes y desafiantes.

 

Pero no todo es surf. En Sayulita también se puede remar en paddle board por la costa, hacer kayak al amanecer, o simplemente flotar boca arriba en el mar y dejar que el mundo se detenga por un rato.



El alma del pueblo

Pero Sayulita no es solamente deslizarse en el mar sobre una tabla, es un pueblo con alma. Basta con caminar por sus calles empedradas para sentirlo. Las fachadas están pintadas de colores vivos: naranjas, azules, morados. Hay murales por todos lados, muchos hechos por artistas locales o visitantes que se enamoraron del lugar y dejaron su huella. Las banderitas de papel picado cruzan las calles como si todos los días fuera fiesta, y los cafés, restaurantes, tienditas de artesanías y puestos callejeros están siempre llenos de vida.

 

Hay galerías de arte con obras hechas por artesanos huicholes, tiendas boho llenas de ropa colorida, y cafés que huelen a pan recién horneado y café de olla. En cada rincón hay música: guitarras, tambores, risas. Todo eso se mezcla con el aroma del mar y una brisa cálida que envuelve como abrazo de viejo amigo.

 

Comer sabroso, comer con alma

Uno de los grandes placeres de Sayulita es la comida. Desde los humildes, pero deliciosos tacos callejeros o los tamalitos de elote en la plaza, hasta restaurantes gourmet frente al mar que ofrecen tacos de pescado que hacen salivar, tacos de camarón empanizado con salsa de mango, ceviches estilo nayarita y ceviches con mango y chile que despiertan todos los sentidos. Si prefiere algo más moderno, hay bols de açai, hamburguesas veganas, pizzas al horno de leña y una cantidad sorprendente de cocina internacional: tailandesa, italiana, libanesa. Hay opciones para todos: veganos, carnívoros y dulceros empedernidos.

 

Y claro, no hay que olvidar el mezcal, el tequila y la cerveza artesanal. Muchos bares locales preparan cocteles con frutas frescas y combinaciones creativas, perfectos para ver el atardecer desde una terraza.

 

Cuando cae el sol

Las noches en Sayulita no son ruidosas ni estridentes; los bares y terrazas cobran vida con un toque íntimo, como una fiesta entre amigos. Hay bares con música en vivo, DJs tocando en la playa, fogatas donde se canta con guitarra y terrazas con luces colgantes donde los mojitos fluyen como el mar. Puede empezar con una cerveza fría viendo el atardecer desde un bar playero, seguir con música en un callejón animado y terminar bailando bajo las estrellas. Aquí todo fluye.

 

Un pueblo con conciencia

Uno de los aspectos más admirables de Sayulita es su creciente conciencia ecológica y comunitaria. A pesar del turismo, el pueblo ha luchado por mantener un equilibrio entre desarrollo y sostenibilidad. Muchas personas usan bicicletas o carritos eléctricos en lugar de autos. Hay campañas constantes para mantener limpias las playas y separar residuos, y apoyan a negocios locales que promueven prácticas sostenibles. Algunos hoteles y restaurantes funcionan con energía solar, recolectan agua de lluvia o usan materiales reciclados.

Además, hay asociaciones que trabajan en la conservación de la fauna local, como las tortugas marinas o los coatíes, y grupos de voluntarios que se dedican a limpiar las playas o rescatar fauna marina.

Hay otras que organizan eventos culturales, artísticos y educativos para mantener viva la identidad del pueblo, porque Sayulita no quiere perder su esencia, y su gente está decidida a cuidarla. 

 

Gente que llega y se queda

Otra cosa que enamora es la diversidad de su gente. Sayulita es un cruce de caminos: hay locales que han vivido ahí toda la vida, surfistas que llegaron por una semana y se quedaron para siempre, viajeros de todo el mundo, y comunidades indígenas que mantienen vivas sus tradiciones. Y es fácil entender por qué. Hay algo en el aire, en la calidez de la gente, en ese ritmo pausado y sabroso. Esa mezcla cultural se refleja en todo: en la comida, en el arte, en los festivales y hasta en el lenguaje. Aquí puede escuchar español, inglés, francés y hasta italiano, todo en una misma cuadra.

 

Y sí, aunque ha crecido y se ha vuelto más popular en los últimos años, Sayulita aún conserva ese encanto de pueblo chico.

 

Aquí la vida se vive despacio, con los pies descalzos, con una tabla bajo el brazo y con ganas de compartir. Hay talleres de yoga, arte, meditación, retiros espirituales, ferias de productos orgánicos, clases de cocina mexicana… Sayulita se ha vuelto un imán para quienes buscan un estilo de vida más consciente, más conectado con la naturaleza y con uno mismo.

  

¿Cuándo ir?

Aunque Sayulita se puede disfrutar todo el año, la mejor temporada es de noviembre a mayo, cuando el clima es más seco y soleado. En verano llueve por las tardes, pero eso también tiene su encanto: las lluvias refrescan, pintan de verde la selva que rodea el pueblo y le dan ese olor a tierra mojada que se queda en la memoria.

 

¿Cómo llegar?

El aeropuerto más cercano es el de Puerto Vallarta, que está a unos 40-45 minutos en auto. Desde ahí puede tomar un taxi, Uber, transporte privado o incluso autobuses locales. El camino es hermoso, bordeando la costa y atravesando la selva.

 

 

Sayulita es mucho más que un destino turístico, es una experiencia. Es ese tipo de lugar donde el tiempo se desacelera, donde se reconecta con uno mismo, con la naturaleza, y con personas que tal vez no vuelva a ver, pero que le dejan una historia que contar. Es un pedacito de paraíso donde las olas, la buena vibra y el espíritu libre se encuentran.

 

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