Nos acercamos al final de un año atípico en todos los sentidos imaginables, y seguramente, como cada Nochevieja, echaremos la vista atrás y recordaremos lo que el 2020 nos ha traído. Ciertamente no parece ser un año que nos lleve a sentir nostalgia por su partida, pero no por ello quiere decir que se va sin dejarnos algo más de lo que nos ha quitado. Es verdad que ha dejado dolor a muchas familias que, ante la pérdida de un ser querido a manos de la enfermedad, no encuentran consuelo. Es cierto también que la catástrofe económica, que ha cerrado las puertas de innumerables negocios dejando sin empleo a miles de personas, no da motivos para celebrar y mucho menos para estar agradecidos. El panorama futuro luce sombrío y la incertidumbre parece arrebatarnos las esperanzas. Pero, en medio de este lúgubre entorno, sale a relucir nuestra condición humana, aquella capaz de sobreponerse ante las más oscuras realidades. “El hombre es un ser que puede acostumbrarse a cualquier cosa”, decía Dostoyevski.
Viktor Frankl, el famoso psiquiatra austriaco, en su libro El hombre en busca de sentido, nos lleva a comprender que el ser humano es capaz ante la tragedia –aún en su más aborrecible expresión–, de salir no sólo airoso sino fortalecido, pero para ello, es importante darnos la posibilidad de entendernos a nosotros mismos. La responsabilidad que asumimos ante la tragedia no es colectiva sino personal, e imprime un sentido y un propósito vital a nuestra existencia. ¡No hay otra creatura sobre el planeta que tenga esta capacidad!
El camino que se nos presenta por tanto, tiene dos vertientes; podemos elegir mirar hacia delante, agradeciendo la grandeza de nuestra dignidad humana, que nos lleva con carácter y determinación, a superar estos momentos de incertidumbre o, por el contrario, rendirnos ante el oscuro panorama y abandonarnos a una ola de pesimismo y frustración sin sentido.
La filósofa rumana Catalina Elena Dobre en su libro El Camino de regreso. Fragmentos de interioridad habla de este camino de la interioridad y la manera de afrontarlo. Así refiere: “Pienso en la interioridad como un santuario- un lugar sagrado. Para entrar en él uno debe prepararse, debe pasar por un proceso de catarsis; dejar fuera nuestra miseria”.
Mirar hacia adentro, por lo tanto, para encontrar sentido a nuestra vida, no es fruto de la casualidad o del azar, no es tampoco mera inspiración divina, sino el resultado de nuestra razón y de nuestro espíritu; es muchas veces un camino sinuoso y doloroso, pero no por ello menos fructífero. Es un privilegio de nuestra condición humana, pero requiere de nuestra voluntad para –como pensaba Aristóteles–, orientarnos activamente al bien.
El 2020 se posicionará en la historia como un año para ser recordado, somos ya parte inevitable de estos acontecimientos, nos corresponde ahora, por lo tanto, hacer de esa historia una que inspire a las generaciones venideras, recordando que el ser humano es capaz de trascender ante cualquier circunstancia y que, en medio de la revolución digital y del mundo virtual, la palpable realidad de nuestro ser persona sigue dando sentido profundo a nuestra existencia y a la de los demás.
Luis Javier Álvarez Alfeirán
twitter: @DirectorLCBMx
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