En 1908, el ingeniero y empresario italiano Samuel David Camillo Olivetti fundó la compañía Olivetti, en la pequeña ciudad de Ivrea, en el norte de Italia. Había quedado muy impresionado, en sus diversos viajes a Estados Unidos, con la máquina de escribir, que ya era utilizada en las oficinas de ese país, pero era desconocida en el suyo. Esto lo llevó a abrir su propia fábrica de máquinas de escribir, la primera y más barata de la nación europea.
Lo que nunca imaginó fue que así surgiría una gran empresa que se transformaría en un fenómeno global y que daría origen a una ciudad modelo, Patrimonio de la Humanidad.
Un nuevo pensamiento sobre la forma de trabajar
En 1933, Adriano Olivetti, hijo de Camillo, asumió el cargo de director general de la fábrica que su padre había fundado en Ivrea. En ese momento, aún se trataba de una pequeña empresa familiar. Sin embargo, en los siguientes 30 años, bajo el liderazgo de Adriano, la compañía se convertiría en un éxito total y la ciudad de Ivrea se volvería el foco de ambiciosos experimentos sobre cómo construir lo que él llamó una urbe industrial más “humana”.
Y es que Adriano tenía una visión humanista del trabajo, por lo que trató de encontrar una solución al proceso de industrialización intensiva, que, consideraba, no tomaba en cuenta las necesidades y el bienestar de los empleados.
En su libro Città dell’Uomo (Ciudad del hombre), se ve reflejada parte del pensamiento revolucionario de Olivetti: “La calle, la fábrica, la casa son los elementos más sustanciales y visibles de una civilización en evolución”. Y cómo se quejaba de que las ciudades de Italia se habían estado expandiendo “de manera incoherente por metas singularmente egoístas, materialistas, especulativas, sin un plan real proveniente de una visión general de la vida”. Así, el emprendedor revolucionó la forma de trabajar, al colocar a las personas en el centro del proceso productivo, cuidando sus condiciones personales, sociales y culturales. En ese sentido, fue capaz de mantener un diálogo constructivo con los sindicatos, gracias al estimulante clima laboral, siempre, enfocado a la eficiencia de la empresa.
Así fue como, en torno al complejo industrial, se fue configurando una nueva metrópoli entre 1930 y 1960, diseñada por destacados arquitectos y urbanistas italianos.
El florecimiento de la ciudad
Ubicado en la región de Piamonte, este conjunto arquitectónico fue construido con la finalidad de reflejar las ideas del Movimiento Comunitario (Movimento Comunità), cuyo objetivo era llevar a cabo proyectos sociales con una visión moderna de la relación entre la arquitectura y la producción manufacturera.
El sitio incluía 27 edificios, realizados en 1896 y ampliados por Adriano Olivetti entre 1939 y 1962, siguiendo el estilo de los arquitectos y urbanistas italianos más prestigiados. Además de una gran fábrica, el sitio se integró por toda una serie de construcciones destinadas a albergar diferentes servicios administrativos y sociales, así como viviendas para el personal de la compañía.
La política corporativa de Olivetti apostó por una arquitectura de calidad como imagen de la marca, visible no sólo en las tiendas y showrooms, en sus distintas sedes y edificios de oficinas, sino también en fábricas y los complejos de viviendas para sus trabajadores.
Todo, absolutamente todo, se convirtió en parte de un proyecto social modelo, con una visión moderna de la relación entre la producción industrial y la arquitectura. Por ejemplo, sus construcciones siguieron una línea estructural marcada por la propia familia Olivetti, que se resumía en: facilitar la comunicación entre los usuarios de manera vertical y horizontal, y conseguir el menor impacto sobre el medio ambiente, lo cual, a mediados del siglo XX, sonaba muy extraño.
Ivrea se convierte en Patrimonio Mundial de la Humanidad
El 2018 se convirtió en un año especial para “Ivrea, Ciudad industrial del siglo XX”, pues así fue inscrita en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco, justo cuando se celebraban los 110 años de la compañía Olivetti.
En el informe de nominación como el 54.º sitio italiano en el listado de la Unesco, se definió como un “modelo de ciudad industrial moderna que se establece como una respuesta alternativa y de alta calidad, en términos estructurales y sociales, a las cuestiones derivadas de la rápida evolución de los procesos de industrialización”.
Gracias a Olivetti, Ivrea muestra hoy un catálogo de edificios que representan la cultura del diseño del siglo XX. Una visión amplia, que, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, y hasta los años 70, dio como resultado una ciudad industrial construida a lo largo del eje de Corso Jervis. Ahí es donde surgió el complejo de producción, las unidades residenciales y los edificios de servicios.
Con motivo de su nominación, el entonces ministro de Bienes y Actividades Culturales de Italia, Alberto Bonisoli, señaló: “Es un reconocimiento a la idea humanista del trabajo de Adriano Olivetti… un concepto nacido y desarrollado dentro del Movimiento Comunitario, y plenamente logrado en Ivrea, donde el bienestar económico, social y cultural de los empleados se consideraba parte integral del proceso productivo”.
A pesar del tiempo, la digitalización y la adquisición de la compañía por un grupo de telecomunicaciones, Olivetti sigue siendo única. Durante largo tiempo, fue, probablemente, la ciudad empresarial más progresista y exitosa en cualquier parte del mundo, existiendo no por el bien del control o la conveniencia, sino, más bien, representando un tipo nuevo y efímero de idealismo corporativo, en el que los negocios, la política, la arquitectura y la vida diaria de los empleados de la empresa supieron combinarse y buscar beneficios mutuos.
Las arquitecturas en Ivrea, que merecen una visita, se encuentran, principalmente, en Via Jervis, la vía en la que se ubica la fábrica de Olivetti desde su fundación, en 1896. Es la calle de partida de un itinerario que se puede recorrer a pie, que se divide en diferentes direcciones, extendiéndose sobre las laderas de los cerros, a izquierda y derecha de la fábrica.
Olivetti fue una de las primeras compañías en otorgar “horarios flexibles”, que permitieron a los empleados, especialmente padres de familias de origen campesino, poder seguir la estacionalidad de la vida rural, continuando con sus actividades. Además, proporcionó becas para las familias de los trabajadores, juguetes y regalos para Navidad.
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