De acuerdo con uno de los significados del Diccionario de la Real Academia Española, el término ‘felicidad’ refiere la posesión de personas, objetos o situaciones que contribuye a alcanzar un estado de disfrute, de placer o satisfacción tan buscado por muchos; de ahí que se trate de un concepto tan revisado en estos tiempos, y que llame la atención el caso de un experto en felicidad: el monje Matthieu Ricard. Y es que, para él, es una condición mental permanente, una actitud ante la vida, e incluso, sobre cómo conseguirla, ha señalado: “Si buscamos en el sitio equivocado, estaremos convencidos de que no existe cuando lleguemos allí”.
Esa es la premisa de este hombre, que, en abril de 2007, apareció en la portada del magazine del diario El mundo, con el encabezado “El hombre más feliz del mundo”; una publicación que también explicaba que vivía apartado, que había regalado su patrimonio y que practicaba la abstinencia sexual, y que lo describía como una persona de semblante tranquilo, mirada apacible, sonrisa franca y hablar convincente. El término ‘apartado’ no quería decir que Ricard quisiera estar solo, sino que estaba aislado de un ambiente mundano, pero que sí mantenía un compromiso con la sociedad, que era un tipo altruista, que encontraría su felicidad precisamente en estos valores.
Y en efecto, parecía que Robin S. Sharma, autor de El monje que vendió su Ferrari 1 , había tomado la vida de Matthieu Ricard como ejemplo para describir a Julian Mantle, protagonista de su famosa obra, sólo que, a diferencia del acaudalado abogado de la novela, el francés no abandonó una existencia dedicada al estudio de la ciencia para buscar la paz, sino que lo hizo con el fin de hallar algo más sólido, como él mismo explica en El monje y el filósofo2: “El investigador corriente tiene, a veces, una sensación de frustración cuando realiza grandes esfuerzos que sólo se traducen en resultados menores. Puede ocurrir, sin duda, que un investigador realice un descubrimiento de importancia capital, como la estructura del ADN, que lo recompensa ampliamente por sus esfuerzos. Pero es la excepción, y me era imposible comparar el interés de la investigación científica con el de la indagación espiritual, que procura una satisfacción y alegría permanentes”.
De la ciencia a la espiritualidad
Matthieu Ricard nació en París, en 1946. Es hijo del prestigiado filósofo Jean-François Revel (1924-2006) y de la pintora surrealista Yahne Le Toumelin; de ahí su gran cultura. Es el único europeo que lee, habla y traduce el tibetano clásico, además de dedicarse a la fotografía y a escribir libros, en los que describe sus vivencias y secretos para conseguir la codiciada felicidad. Entre sus amigos, figuraron los nombres de: Luis Buñuel, Igor Stravinsky y Henri Cartier-Bresson.
Con una trayectoria en un ambiente intelectual, después de sus estudios secundarios, se inclinó por las ciencias, realizando un doctorado en genética celular en el Instituto Pasteur, de París, y trabajando con el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1965, el doctor François Jacob.
A los 21 años, Ricard emprendió un viaje a la India, que cambiaría para siempre su vida, por lo cual, en 1972, habiendo terminado su tesis doctoral y bajo las enseñanzas del maestro Kangyur Rinpoche, decidió mudarse al Himalaya, como señaló a su padre: “Durante mis viajes, me fui dando cuenta de que, cuando estaba frente a mi maestro, olvidaba fácilmente el Instituto Pasteur, lo que significaba mi vida en Europa, y de que, cuando estaba en el Instituto Pasteur, mi espíritu alzaba vuelo hacia el Himalaya, y tomé una decisión de la que nunca me he arrepentido: ¡instalarme allí donde deseaba estar!”2.
Felicidad certificada
En 2007, especialistas en neurociencias de la Universidad de Wisconsin, en Estados Unidos, nombraron a Matthieu Ricard “El hombre más feliz de la Tierra”, gracias a que, en el lado izquierdo de su corteza cerebral, donde residen las emociones placenteras, registró una actividad sorprendente en comparación a la de otras personas.
Los científicos del Laboratorio de Neurociencia Afectiva de la institución, coordinados por el profesor Richard J. Davidson, sometieron la cabeza del monje a constantes sesiones con resonancias magnéticas nucleares, por hasta tres horas.
Se trató de 256 sensores conectados a su cerebro para detectar el nivel de sus emociones. Clasificaron a la felicidad en niveles que iban del 0.3 (muy infeliz) a -0.3 (muy feliz); Ricard obtuvo -0.45, rebasando los límites que se habían prevenido. Compararon sus resultados con los de cientos de voluntarios, y encontraron que el lado izquierdo de su corteza cerebral presentó una mayor concentración de sensaciones placenteras. Cabe decir que, el lóbulo derecho es el que recoge las señales que generan ansiedad, depresión y miedo.
Lo anterior puso de relieve que la vida que Matthieu había elegido tenía muchos beneficios para él. En su momento, el monje consideró que las declaraciones sobre su felicidad eran un poco exageradas y que sólo se trataba de una diferencia entre el lado izquierdo de su cerebro y el de otras personas.
El cerebro es un órgano en constante evolución, fenómeno que los expertos han nombrado como “la plasticidad de la mente”. Así, la neurociencia señaló que los resultados de los estudios aplicados a Ricard podrían usarse para atenuar la depresión, fortaleciendo la mente como si se tratara de ejercitarla en el gimnasio.
Controversia con su padre
Décadas después del disgusto que sufrió Revel por la decisión que tomó su hijo, de habitar en la cima del Himalaya, la vida les confrontaría, compartiendo puntos de vista en El Monje y el filósofo, obra citada anteriormente, que fue muy aclamada por la crítica y de la que, sólo en Francia, se vendieron 500 mil copias.
Y es que el prestigiado escritor, periodista, gastrónomo, polemista político y exmiembro de la Academia francesa tenía la esperanza de que Ricard brillara en el mundo científico. Poco tiempo antes de morir, en 2006, pudo aceptar que éste había nacido para ser budista.
Ricard compartió alguna vez una reflexión sobre este hecho: “Se puede alcanzar la felicidad si se cambia el chip mental; mi padre murió en 2006, a los 82 años. Como dependía tanto de su brillantez intelectual, cuando se vio limitado, se desanimó, por lo cual, la muerte de quienes nos rodean debe ser aceptada como un paso más en el ciclo natural de la vida y no necesariamente como un episodio triste”.
El sentido de la vida
Matthieu Ricard se desempeña como asesor del Dalai Lama, participa en proyectos educativos para los niños de las comunidades aledañas y continúa con la publicación de sus libros, cuyas ganancias son destinadas al beneficio de proyectos, como la construcción de hospitales y escuelas, entre otros; también, viaja por el mundo, impartiendo conferencias acerca de su experiencia en la Universidad de Wisconsin. A la fecha, suma numerosas distinciones, entre las que destaca la Orden Nacional Francesa, por su labor humanitaria en el este, en la década de los 90.
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