La Casa de los Azulejos, también conocida como el Palacio de los condes del Valle de Orizaba, se remonta hasta 1524, tres años después del triunfo de los españoles, y es uno de los edificios más emblemáticos del Centro Histórico de la Ciudad de México.
La casa se encuentra actualmente en el Callejón de la Condesa, entre la calle 5 de Mayo y lo que hoy es la calle Madero. La calle Madero se trazó en el siglo XVI y originalmente se llamó calle San Francisco, por la iglesia y el monasterio que se encontraban ahí. Posteriormente, se llamó Calle Plateros, por todos los mineros de plata y plateros que se ubican aquí. Desde el siglo XVI hasta la mayor parte del período colonial, fue una de las calles más deseables de la ciudad.
La construcción original fue levantada en el siglo XVI, y se conformaba por la unión de dos casonas señoriales, de las cuales, la que se ubicaba en un principio hacia el lado sur, pertenecía, junto a la llamada Plazuela de Guardiola a un señor de nombre Damián Martínez. Dichas propiedades, aunque separadas por un callejón, se ubicaban en ese entonces frente a la Calle de Plateros, exactamente frente al Convento de San Francisco el Grande de la Ciudad de México. Pasados unos años, don Damián, viéndose en apuros económicos, vende la casa y la plazuela anexa a Diego Suárez de Peredo en el año de 1596.
Don Diego Suárez de Peredo, al enviudar, se retiró a la orden religiosa de los franciscanos, a un convento ubicado en la ciudad de Zacatecas, en donde pasó el resto de su vida, heredando la propiedad a su hija Graciana, quien se casó en 1616 con Luis de Vivero, segundo conde del Valle de Orizaba.
Luis era hijo del primer conde del Valle de Orizaba (Rodrigo de Vivero y Aberrucia), personaje destacado en el virreinato por ocupar cargos importantes en el gobierno de la Nueva España, entre los que destaca el de gobernador de la Nueva Vizcaya y el de gobernador y capitán general de las Islas Filipinas. Don Rodrigo heredó una propiedad que se encontraba anexa a la casa de su hijo (la del lado norte), por lo que don Luis fue el primero de la familia en habitar las casas, las cuales ordenó unir y mandó a restaurar, aunque no le dio el aspecto que actualmente posee el inmueble.
Desde entonces, los condes del Valle de Orizaba -influyentes y poderosos durante el virreinato– ocuparon la mansión.
El aspecto actual se le debe a Graciana Suárez de Peredo, condesa del Valle de Orizaba, quien vivió en la ciudad de Puebla desde su casamiento hasta la muerte de su esposo, en el año de 1708, cuando tomó la decisión de regresar a la capital y hacer uso del inmueble, que estaba en un grave estado de deterioro. Entonces, se ve en la necesidad de solicitar la reparación y embellecer no solamente con cantera, sino que ordena al arquitecto que la fachada del edificio sea totalmente recubierta con azulejos poblanos, cuya tarea fue encomendada al maestro Diego Durán Berruecos. Este no solamente lleva a cabo la labor solicitada, sino que realiza también los trabajos realizados en cantera labrada de los arcos, columnas, rodapiés y cornisas de puertas y ventanas, así como de las balaustradas, resaltando aún más la belleza de los azulejos en el edificio.
Con la abdicación de Agustín de Iturbide, los títulos nobiliarios que fueron otorgados por el Rey de España fueron suprimidos, por lo cual los escudos nobiliarios de las fachadas que anunciaban que al interior de las residencias vivía alguna familia noble, debían ser retirados bajo pena de encarcelamiento. Así, fueron borrados de los palacios y las casonas señoriales de México, y en el caso de la Casa de los Azulejos no fue la excepción, excepto el escudo nobiliario ubicado en el interior y que hasta hoy se conserva. Este se localiza en el descanso del primer piso al final de las escaleras y por debajo del mural Omnisciencia. La leyenda que se inscribe alrededor del escudo nobiliario del conde del Valle de Orizaba, que está hecha en azulejos señala: "Fuerza ajena ni le toca ni le prende, sólo su virtud le ofende".
La casa perteneció a los herederos de los condes hasta el 27 de octubre de 1871, cuando, llenos de deudas, la vendieron al abogado Rafael Martínez de la Torre, latifundista y defensor de Maximiliano, quien la convirtió en la sede del Jockey Club de México, un exclusivo club social de la élite porfiriana, donde había salones de lectura, de descanso, salón fumador, sala de armas, billares y juegos de azar, y comedores que ofrecían cocina internacional y bebidas importadas.
Este centro de reunión fue inmortalizado en la obra de Manuel Gutiérrez Nájera, en uno de sus más conocidos poemas, titulado La duquesa Job, del cual se refiere uno de los fragmentos:
"... Desde las puertas de la Sorpresa
Hasta la esquina del Jockey Club,
No hay española, yanqui o francesa,
Ni más bonita, ni más traviesa
Que la Duquesa del Duque Job..."
Al morir Martínez de la Torre, en 1877, los familiares la vendieron a Felipe Iturbe y Villar, cuyos descendientes fueron los propietarios hasta 1978, cuando la vendieron a los hermanos Sanborn, que alquilaban el inmueble desde 1919.
Durante la Revolución Mexicana, la edificación fue ocupada por la Casa del Obrero Mundial, una organización sindical importante en esa época. Sin embargo, en septiembre de 1916, a causa de las discordias entre los gremios, la organización desapareció y la casa quedó en el abandono.
En 1903, un farmacéutico de California, Estados Unidos, llamado Walter Sanborn, junto a su hermano Frank, inauguraron en el centro de la Ciudad de México, Sanborn American Pharmacy, su primera droguería.
Luego de la Revolución Mexicana, en 1919, Frank rentó y remodeló la Casa de los Azulejos, edificio que había caído en el abandono, convirtiéndola en un lujoso restaurante, salón de té, fuente de sodas, tienda de regalos, tabaquería, farmacia y dulcería.
La reapertura en 1920 fue todo un éxito, y contó con muchas personalidades de la vida política, social y cultural del país.
Uno de los murales que sobresalen es el que se pintó en las paredes del patio principal, el cual lleva el título de Pavorreales, realizado por el artista húngaro Pacologue, encargo solicitado por parte de los Hermanos Sanborn.
En 1925, el propietario, Francisco Sergio de Yturbe (uno de los grandes impulsores del muralismo mexicano de su época), le encargó a José Clemente Orozco un mural –llamado “Omnisciencia”– para el cubo de la escalera principal de la casa. Este mural es una obra maestra del arte mexicano que muestra a una sacerdotisa arrodillada, y junto a ella se encuentran hombres alegóricos de la Voluntad y la Virtud, representa la lucha entre el conocimiento y la ignorancia.
En esos años, ya se había convertido en punto de convergencia de políticos, empresarios, periodistas, escritores, y artistas más sobresalientes del medio intelectual mexicano, para desayunar, almorzar o tomar café en el patio que habían convertido en un gran comedor, lleno de mesas sueltas hasta la fuente iluminada. Se cuenta que pasaban ahí largas horas tomando café, personajes como Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia y Artemio del Valle Arizpe.
También se dice que era común ver a María Félix degustando un buen café junto a unas enchiladas suizas y, de postre, unos chocolates artesanales típicos del lugar.
Arquitectura
La fachada principal, que da hacia la calle Francisco I. Madero se compone de un enorme portón enmarcado por columnas y molduras trabajadas en cantera labrada con imitación de follaje, cuya pared se encuentra revestida de azulejos; dicho portón se encuentra rematado por un balcón, de dimensiones mayores a los laterales, cuyas columnas y molduras se encuentran trabajadas también en cantera, de igual forma con imitación de follaje; el balcón tiene un barandal de hierro forjado sujetado al remate en cantera de las columnas que enmarca el portón, y de igual forma las paredes se encuentran recubiertas de azulejos. El remate del balcón lo conforma un nicho coronado por un pequeño frontón triangular, también trabajado en cantera con imitación de follaje, con roleos y molduras curvas a los lados que descansan en pináculos que se encuentran realizados en Talavera.
La fachada está cubierta de azulejos de Talavera en colores azul, amarillo y blanco hechos a mano en Puebla en 1737, lo que le da una apariencia única y distintiva de aspecto mudéjar. Se utilizó, además, cantera mexicana con un diseño churrigueresco.
El interior de la Casa de los Azulejos es tan impresionante como su fachada. Algunos aspectos destacados de su arquitectura interior es que tiene columnas que sostienen las vigas de madera de los corredores del segundo piso que todavía conservan la reja original, de hierro forjado –que se dice fueron mandados a hacer en Japón–, así como puertas y ventanas labradas. Estos elementos combinan estilos mudéjar, barroco y colonial, creando una mezcla única de artesanía y arquitectura.
Otro de los elementos que destaca es la escalera, de la cual los guardapolvos, tableros y lambrines se encuentran también recubiertos de azulejos, así como el techo de la misma, en la que destacan los azulejos entre las pesadas viguerías.
En el segundo piso, la fachada de lo que fue la capilla tiene un juego de marcos dorados adornados con ángeles. También hay una colección de arte de porcelana.
El patio está adornado con una fuente y está rodeado de corredores y balcones con bellos barandales que los adornan, que fueron mandados a hacer en Japón, lo que añade un toque exótico a la decoración interior. Este espacio refleja la elegancia y el estilo de vida de la época colonial.
La fuente, coronada con mosaicos, en el patio central es uno de los elementos más hermosos del edificio. Su diseño refleja la influencia de la arquitectura española, donde los patios con fuentes eran comunes en las casas de la nobleza, pero también, típica de las casas coloniales mexicanas, donde las fuentes servían tanto como elementos decorativos como funcionales. Además, la fuente añade un toque de elegancia y serenidad al ambiente, complementando la rica decoración de azulejos y los detalles arquitectónicos del edificio.
Un detalle curioso es el elevador antiguo que aún se conserva, dando un toque de nostalgia y funcionalidad al edificio.
La combinación de estos elementos hace que la Casa de los Azulejos sea un verdadero tesoro arquitectónico y cultural en el corazón de la Ciudad de México.
Leyendas de la Casa de los Azulejos
Cuenta la leyenda que doña Graciana y don Luis, condes del Valle de Orizaba, tenían un hijo irresponsable a quien le gustaba el juego y los excesos, y que causaba frecuentes disgustos a su padre. Un día, harto del comportamiento de su hijo, que ponía en riesgo la fortuna de la familia, el conde le dijo al disipado hijo: “¡Nunca harás casa de azulejos, hijo mío!”.
El hijo, herido por las palabras de su padre, decidió demostrarle que podía cambiar. Así con el tiempo, mandó a revestir la casa con los famosos azulejos.
Otra leyenda cuenta que, en el callejón contiguo, nombrado De la Condesa, dos personajes habían entrado en sus respectivos carruajes por cada extremo del angosto callejón, que una vez encontrándose ahí ninguno quiso retroceder, argumentando el título que poseían y el desagravio que cada uno causaría a sí mismo si fuese a echar marcha atrás. Los dos pasaron dentro de sus carruajes sin alimento y sin moverse 3 días y tres noches, llegando tal suceso a ser tan comentado entre la población. Afortunadamente, el supuesto desagravio no llegó a duelo alguno entre los dos hidalgos, pero sí a oídos del virrey en turno, quien dispuso que cada uno retrocediera con su respectivo carruaje hasta las entradas del callejón, y tomaran una ruta distinta, uno se dirigió hacia lo que hoy es la calle Tacuba y otro tomó rumbo a la Plaza Guardiola (actualmente edificio Guardiola del Banco de México), que colindaba con lo que es hoy el Eje Central.
La Casa de los Azulejos está rodeada de momentos que conmocionaron a la sociedad novohispana, como cuando después del motín de la Acordada, el 4 de diciembre de 1828, el Parián fue saqueado, y un oficial despechado, Manuel Palacios, asesinó a puñaladas en la gran escalera de la casa, al ex conde Andrés Diego Suárez de Peredo. El oficial se vengó porque no lo dejaban tener relaciones con una joven de la familia. El oficial, una vez encontrado culpable del crimen fue sentenciado.
También, en 1833, durante la gran epidemia del cólera, la viuda de don Diego, doña Dolores Caballero de los Olivos, padeció un ataque de catalepsia. Creyendo que estaba muerta, se llevó el cuerpo a la iglesia de San Diego y se le veló. A medianoche, a mitad de los rezos, se empezaron a escuchar ruidos al interior del ataúd que se abrió de repente. La ex condesa, atontada y confundida, empezó a levantarse y se desató el pánico, por lo que el lugar se vació en un momento. Llena de miedo, doña Dolores, aún amortajada, se dirigió la Casa de los Azulejos por la calle del Calvario (ahora avenida Juárez). Durante un gran rato los asustados sirvientes no quisieron abrirle. Unos años después, cuando efectivamente murió, sus familiares esperaron varios días para enterrarla y así evitar de nuevo una confusión.
Cómo la Casa de los Azulejos se convirtió en parte de Sanborns
En 1903, los hermanos Sanborn, inauguraron en el centro de la Ciudad de México, Sanborn American Pharmacy, su primera droguería. Conforme fueron ganando clientes, añadieron una fuente de sodas, a la par que pasteurizaron su propia leche y otros productos lácteos.
En esos primeros años, en la azotea del edificio estaba la cocina principal, la lavandería, el cuarto para tostar café, para hacer helados y jarabes, la carpintería y los armarios de los empleados.
Fue así como Sanborn American Pharmacy creció con tres establecimientos: dos en la calle de Madero —antes San Francisco— y uno en 16 de Septiembre. Cuenta la leyenda, que incluso personajes como Porfirio Díaz visitaron este lugar.
En la parte superior del menú (el cual incluía platos variados como
cóctel de langosta, tortilla de huevo, suflés, waffles, costillas de
carnero y emparedado de paté de foie-gras) se leía:
“El agua que servimos es extraída de nuestro pozo artesiano y la garantizamos absolutamente pura”.
Desde sus inicios, los hermanos tuvieron una visión de expansión hacia el resto de la República, por lo que colocaron otra droguería en el puerto de Tampico. Y en 1914, esta cadena de establecimientos pasó a llamarse únicamente Sanborns.
Sin embargo, ante la ola de violencia debido a la Revolución mexicana, cerraron las sucursales y solamente dejaron abierto el negocio que se ubicaba en Madero 4, en la Casa de los Azulejos, que para ese entonces ya era salón de té, fuente de sodas, farmacia, dulcería, tabaquería y tienda de regalos.
La Casa de los Azulejos es uno de los cafés más famosos y más antiguos de la Ciudad de México, no solamente por su fachada, que es un ícono de la ciudad, sino también porque ha visto pasar los momentos más emblemáticos de nuestra historia: desde la entrada del ejército trigarante victorioso por la consumación de la Independencia, hasta la llegada de los ejércitos villistas y zapatistas en 1914 cuando la revolución llegó a la capital.
El Sanborns de los Azulejos se inauguró hace 105 años, en 1919, apenas habían pasado un par de años desde que Pancho Villa renombró la calle cuando colocó de propia mano una placa que decía “Madero” en honor al presidente Francisco I. Madero, en lugar de “Plateros”.
En 1946, y con más de 400 empleados, Frank Sanborn decide vender las tiendas Sanborns a Walgreen Drug Company de Chicago, quienes manejaron el mismo tipo de negocio hasta 1990. Se inauguran cinco nuevas ubicaciones: el Café del Pardo (1949), la tienda de Reforma y Lafragua (1954), Salamanca (1958), Niza (1960) e Insurgentes (1962). Estas tiendas contaban con librería, revistas, tabacos, discos, aparatos musicales, platería y artesanías populares, categorías que fueron agregándose con el tiempo.
En 1978 Sanborns decidió adquirir la cadena de cafeterías Denny´s, por lo que el número de tiendas crece de siete a veintisiete. En ese mismo año se integra la Casa de los azulejos, cuando sus dueños deciden venderla por las innumerables inversiones que implicaban el mantenimiento del inmueble.
En el año de 1985, la cadena de restaurantes, con 35 sucursales para entonces, se convierte en una empresa mexicana, pues la mayoría de las acciones de Sanborn Hermanos fueron adquiridas por Grupo Carso, perteneciente a Carlos Slim, quien inicia una tarea urgente de renovación en la Casa de los Azulejos. Fueron más de 200 obreros, canteros, herreros, carpinteros, ceramistas y vidrieros quienes trabajaron arduamente durante todo un año, hasta lograr la reconstrucción del lugar, dándole una nueva vida a este espacio arquitectónico lleno de historia. En 1990, finalmente tuvo el control total de Sanborns, fusionando el Grupo Carso para dar origen a Grupo Sanborns.
El restaurante ubicado en la Casa de los Azulejos, es un espacio emblemático, quienes lo han visitado pueden apreciar la serie de fotografías que están en sus paredes y que retratan desayunando a los ejércitos zapatistas y villistas en su llegada a esta ciudad.
Además de esto, la Talavera de su fachada se ha convertido en el ícono de la marca Sanborns, desde la vajilla del restaurante hasta los famosos chocolates Azulejos que son parte de la identidad tanto del edificio como de la tienda. Otra de las cosas que hace distintivo al lugar es su famosa vajilla de porcelana que hace juego con el lugar, la cual es elaborada por Ánfora, la fábrica de cerámica mexicana más famosa.
El uniforme de las meseras comenzó luego de que Frank Sanborn invitó a Francis Davis, experto en artes populares, a unirse a los Azulejos con su tienda de artesanías.
El Diccionario enciclopédico de la Gastronomía Mexicana señala que, a principios del siglo XX, en la Casa de los azulejos fueron inventadas las enchiladas suizas, rellenas con pollo, bañadas con salsa verde y gratinadas con queso manchego.
Muchos de los mejores chefs de la escena mexicana han estado entre sus filas, ya sea en festivales gastronómicos o dirigiendo cocinas. Algunos de los más destacados son: Mónica Patiño, Benito Molina, Alicia Gironella, Ricardo Muñoz Zurita, Patricia Quintana, Margarita Salinas, Lula Martín del Campo, Federico López, Martha Ortiz, entre muchas y muchos más
Actualmente, Sanborns vende productos electrónicos, joyería, relojería, platería, artesanías finas tradicionales mexicanas y extranjeras, perfumes y fragancias, cosméticos, productos de piel, ropa, juegos de mesa, juguetería, productos farmacéuticos, panadería, dulcería y publicaciones tales como libros, revistas y periódicos. Existe una subdivisión denominada Sanborns Café, la cual únicamente trabaja la cafetería.
¿Tres tecolotes?
El logo de Sanborns existe desde 1950 y se diseñó en Nueva York. Está representado por un búho y dos tecolotes iluminados por la luna. Se cuenta que el búho es alusivo a Frank Sanborn y los dos tecolotes a sus hijos, Francis y Jonathan.
Esperamos que este recorrido a través de la historia haya sido de tal interés para usted, que se dé el tiempo para visitar tan icónico lugar.
Dirección
Francisco I. Madero número 4 esquina 5 de Mayo
Centro histórico de la Ciudad de México
06000, Alcaldía Cuauhtémoc
México, CDMX
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