
Contra reloj, dudas y escepticismo, desde que se tuvo noticia del poder de contagio del coronavirus, los científicos de varios países se volcaron en trabajar sin descanso en la creación de una vacuna que pueda significar el regreso a una vida normal y sobre todo la salvación de la humanidad.
Así, lo primero que hicieron investigadores chinos fue estudiar el virus para desentrañar su comportamiento, sus características y su vínculo con otros patógenos. El 7 de enero de este año, realizaron la secuenciación de su genoma y, cinco días después la presentaron a la OMS, con lo cual, diversos laboratorios comenzaron a generar diagnósticos específicos, vía pruebas, de la reacción en cadena de la polimerasa (PCR).
Con el paso de los meses y la expansión del virus, a la información contenida, se fue incorporando otra, como síntomas de la enfermedad, la reacción de los contagiados a los incipientes tratamientos y, además, la diferente capacidad de respuesta a su evolución, entre muchos otros datos, lo cual sumó al campo de investigación mayores vertientes para analizar. Y aunque para el mundo científico ha representado un nutrido campo de posibilidades, la presión al desconocer al enemigo y de crear una vacuna capaz de acabar con él en el menor tiempo posible, se ha convertido en su mayor reto.
Por lo anterior, y ante el revuelo causado por las recientes noticias acerca de la aplicación de algunas vacunas, ya en etapas avanzadas de prueba, y se trate de la manufactura que sea, algunos expertos han puesto en tela de juicio los riesgos de acelerar el proceso de creación, pues está en juego la eficacia del producto; y es que la historia ha demostrado que ese tiempo es necesario. Los siguientes casos son un ejemplo:
Antrax o carbunco
Hacia el año 700 a. C., existían registros acerca de esta enfermedad, la cual es ocasionada por la bacteria Bacillus anthracis, que generalmente se presenta en animales domésticos y salvajes con pezuñas, como vacas, ovejas, cabras, camellos, etcétera, y se contagia a los humanos a través del manejo que éstos hacen de los huesos, la lana, el pelo, el cuero y las heces de estos animales; sin embargo, el primer registro clínico sobre el ántrax, pertenece al siglo XVIII.
Una centuria más tarde, se comenzaron a hacer estudios sobre su origen y cómo se transmite a los humanos, vislumbrándose una vacuna en las últimas décadas de ésta.
Fue hasta 1937 cuando el inmunólogo y veterinario italiano Max Sterne (1905-1997), formuló una vacuna para el ganado, que resultó exitosa y que actualmente se usa para reducir la transmisión de la bacteria de los animales a las personas. Posteriormente, en 1950 se realizó la primera para humanos, muy útil para proteger a los trabajadores que manejaban productos derivados de animales. Dos décadas después esta vacuna fue actualizada y aprobada por la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés).
Fiebre amarilla
Esta enfermedad es endémica de África, América Central y Sudamérica, y se ha descrito en documentos sobre las culturas precolombinas, que éstas ya tenían conocimiento de su existencia mucho antes de la llegada de los europeos a América.
Es provocada por la picadura de mosquitos Aedes aegypti, un descubrimiento que hizo el médico cubano Carlos Finlay, en agosto de 1881; sin embargo, debido a que la investigación en torno a una vacuna capaz de combatirla se enfocó en la infección bacteriana, su creación se retrasó, pues la enfermedad es causada por un virus.
Fue hasta 1918 que un grupo de investigadores que servía al Instituto Rockefeller creó una primera vacuna para atacar el mal; no obstante, ocho años después, el virólogo sudafricano Max Theiler demostró que ésta no servía, y dejó de producirse. Años más tarde, en 1937, el experto consiguió crear una vacuna segura y efectiva, mérito por el que
sería reconocido con el Premio Nobel en Fisiología o Medicina, en 1951.
Aún hoy en día, la OMS anuncia estrategias para detectar y eliminar la fiebre amarilla, que es causante de miles de muertes en las regiones mencionadas; esto, a través de la vacunación, con la cual se está protegido de por vida.
Gripe
Un dato antiquísimo en torno a la gripe refiere que sus síntomas fueron descritos por Hipócrates en el año 412 a.C., posteriormente, con la aparición de varias pandemias de este mal, quedó claro su poder de contagio, sobre todo en los meses de invierno, en los que aumenta la morbilidad de personas de todas las edades y la mortalidad de niños y adultos mayores de 60 años.
Fue en 1944 cuando el virólogo y epidemiólogo estadounidense Thomas Francis Jr. demostró que el virus perdía fuerza al cultivarse dentro de huevos de gallina fertilizados, por lo que un grupo de investigadores de la Universidad de Michigan inició el desarrollo de una vacuna para liquidarlo. El trabajo se llevó a cabo con el apoyo del ejército de Estados Unidos, pues los militares estuvieron expuestos al virus de la gripe en la Primera Guerra Mundial y, por consiguiente, eran una población adecuada como objeto de estudio.
La vacuna estuvo lista en 1945, pero, dos años después los científicos se percataron de que los cambios estacionales provocaban que ésta fuera ineficaz para controlar los brotes de gripe, y posteriormente, notaron que había dos tipos de virus de influenza (A y B), donde los de tipo A, que afectan a los humanos, mutan fácilmente, por lo que se requería incluir modificaciones en las vacunas anuales; de esta manera, ha sido necesario fabricar vacunas cada año.
Actualmente la OMS diseña las vacunas para la gripe estacional, empleando la información que le proporcionan los centros de vigilancia ubicados en todo el mundo.
Hepatitis B
Los antecedentes de esta enfermedad se sitúan en 1885, cuando, después de un brote de viruela, un nutrido grupo de obreros alemanes fue vacunado con la linfa de otros pacientes. Varios meses después, estos hombres manifestaron ictericia y su diagnóstico fue hepatitis.
Pasaron ocho décadas para que el virus de la hepatitis fuera descubierto por el doctor Baruch Blumberg, experto en bioquímica y fisiología, quien trabajó arduamente en la diseminación de enfermedades infecciosas. Él identificó el virus y, empleando una forma atenuada del mismo, tratada con calor, desarrolló la vacuna.
En 1981, una versión de la vacuna, que usaba plasma de pacientes infectados, fue aprobada para comercializarse, y, cinco años después, se presentó otra propuesta, cuya fórmula no contenía productos sanguíneos, la cual desplazó a la anterior.
Viruela
No se conoce exactamente cuál fue el origen de la viruela, pero las momias egipcias que datan del siglo III a. C., contemplan restos de esta enfermedad infecciosa, que deja cicatrices cutáneas muy características.
Otro dato sorprendente es que, con el paso de los siglos, ocurrieron varios brotes de viruela en Europa, que cobraron la vida de miles de personas; e incluso, ya en el siglo XX, se hablaba de 300 millones de muertes.
Aunque en el siglo XVI hubo intentos de crear una vacuna en China, con métodos tradicionales, fue cien años después cuando el inglés Edward Jenner creó la primera dosis, con la cual inoculó al niño James Phipps (la viruela bovina), acción que fue un éxito rotundo, pues el chico quedó inmunizado de por vida.
Durante el siglo XIX la vacunación contra la viruela se extendió por todo el mundo y el procedimiento se intensificó hasta promediar el siglo XX, siendo erradicada la enfermedad en 1980.
Y esto es sólo una muestra…
Hasta el pasado 13 de agosto, sólo seis vacunas contra el COVID-19 se ubicaban en la fase 3; las más avanzadas, las cuales implican la experimentación en grandes grupos de personas, eran las de AstraZeneca-Oxford, Sinovac, Sinopharm-Instituto de Productos Biológicos de Wuhan, Sinopharm-Instituto de Productos de Pekín, Moderna-NIAID y BioNTech-Fosun Pharma-Pfizer.
Nadie puede asegurar aún el éxito, y menos el tiempo estimado en que puede ocurrir; tal vez, el trabajo desarrollado encuentre en un futuro un punto de convergencia, aunque tampoco puede ser que no funcione del todo, finalmente, la ciencia médica ha avanzado a pasos agigantados y, quizá ese paso veloz que se requiere para alcanzar la cura esté muy próximo.
La creación de una vacuna contra el COVID-19 se espera con grandes expectativas, y, como en un juego, las apuestas están al día; no obstante, no podemos olvidar el método heurístico, tan básico en la ciencia: prueba y error, prueba y error… Quizá estemos ante un panorama de ese tamaño, pero no parece perderse mucho con probar, la muestra son los numerosos voluntarios que, deseosos de que acabe la pandemia, están ya experimentando la aplicación de esos prospectos de vacunas.
Lidiar con el coronavirus nos reta a desentrañar comportamientos y funciones tan elementales y determinantes para la supervivencia.
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