En los últimos años, los fenómenos climatológicos que se presentan de manera natural en todo el mundo han alcanzado grados de severa destrucción, teniendo un impacto demoledor. Es así que el ciclón Idai, en Zimbabue, Malawi y Mozambique, que tuvo lugar en marzo de 2019; los incendios en Australia, a principios del 2020, que se propagaron en más de 14 millones de hectáreas, ocasionando daños irreparables en la flora y la fauna, sin contar las afectaciones a los habitantes; la sequía en África oriental, que se ha agravado a partir de 2011, y que ha terminado con los cultivos y el ganado, llevando a millones de personas de Etiopía, Kenia y Somalia a desplazarse para conseguir alimento; las intensas lluvias en el sur de Asia, en este año, que han provocado enormes inundaciones en India, Nepal y Bangladesh, y que, por ejemplo, derivaron en que una tercera parte de este territorio quedara sumergido bajo el agua; y la prolongada sequía en América Central, que comprende Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua, y que, ya en su sexto año consecutivo, ha malogrado los cultivos y trastornando la vida de 3.5 millones de personas; son sólo algunos de los eventos que siguen alertando al planeta de la necesidad de un ajuste en las medidas de preservación del medio ambiente.
De ahí que organizaciones sólidas promuevan iniciativas para destacar los impactos de estos fenómenos, a través de la profundización en su estudio; y qué mejor que hacerlo en conjunto con otras entidades, expertas en la geografía y el hábitat mundial. Por ello, durante los últimos años, National Geographic, junto con la firma suiza Rolex, se encuentra trabajando en el análisis de selvas, montañas y océanos, desde la óptica de los efectos del calentamiento global, bajo la iniciativa Perpetual Planet, con el objetivo de constatar su importancia para la vida humana.
Aunque cada ecosistema de los señalados contempla un vasto trabajo que sustenta interesantes resultados, en esta oportunidad, sólo nos avocaremos a las elevaciones, dejando a usted la correspondiente referencia para indagar aún más si lo requiere.
El centro meteorológico de mayor altura
En su sitio web, National Geographic señala que la primera fase de la alianza está enfocada en los sistemas montañosos, los cuales son proveedores de recursos hídricos para casi 2 mil millones de habitantes, y a su vez, éstos dependen de los glaciares, por lo que, a causa de los efectos del calentamiento global, los primeros corren peligro.
Por lo anterior, la expedición consiste en la instalación de estaciones meteorológicas automáticas (AWS, por sus siglas en inglés), básicamente, en algunas de las elevaciones más representativas de Asia, entre ellas, dos de las más altas, ubicadas en torno al Everest, y que tienen 8 mil 430 y 7 mil 945 msnm. De manera oficial, la estación más alta se encuentra a sólo 420 metros de distancia de la cumbre, conocida en Nepal como Chomolungma (la “Diosa de las Montañas”).
Del proyecto se desprende el estudio Llegar a los extremos: instalar las estaciones meteorológicas más altas del mundo en el Monte Everest 1, que apunta que, aunque las estaciones meteorológicas ya han operado en esta cima, con anterioridad, su cobertura ha sido escasa en el tiempo y en el espacio; además de que el entorno extremo del Everest obstaculiza la recopilación de datos, de manera específica, en las laderas superiores, donde los glaciares acumulan masa y los montañistas corren más riesgos.
Al respecto de dicho planteamiento, por ejemplo, se tiene que, en el Campamento II (6 mil 464 msnm) y en el Collado Sur (7 mil 945 msnm), los datos actuales sugieren que existe derretimiento, no obstante, las temperaturas del aire se mantienen por debajo del punto de congelación. De este modo, según los investigadores, se aprecia que el derretimiento puede ocurrir incluso en la cumbre del Everest (8 mil 850 msnm), y esto también impulsa a una reevaluación de los modelos empíricos de índice de temperatura, utilizados para simular el derretimiento de glaciares en el Himalaya, los cuales se enfocan sólo en la temperatura del aire.
Por su parte, el estudio Importancia y vulnerabilidad de las torres de agua en el mundo, publicado en diciembre de 20192, plantea que las montañas, como torres de agua del mundo, son muy sensibles al cambio climático y que su vulnerabilidad no ha sido cuantificada. En ese orden, contiene una relación de cimas, de acuerdo a su suministro y a la dependencia de aguas debajo de los ecosistemas y de la sociedad.
Dicha exposición determina que las torres de agua más altas se encuentran entre las más vulnerables y advierte que los cambios climáticos y socioeconómicos las afectarán, y como consecuencia, a quienes viven en ellas y directamente abajo.
Para lo anterior, Perpetual Planet tuvo a bien conjuntar el trabajo y los intereses de un nutrido y multidisciplinario grupo de expertos, como geólogos, glaciólogos, climatólogos, biólogos, montañistas, exploradores, geógrafos, meteorólogos y antropólogos; como es el caso del doctor Lester Baker Perry, profesor en el departamento de Geografía y Planificación de la Universidad Estatal de los Apalaches, en Carolina del Norte, Estados Unidos, quien se inclina por datos sobre precipitación alpina, nieve y hielo, e interacciones precipitación-glaciar-clima, además de que ha dirigido o codirigido 21 expediciones de investigación en los Andes tropicales, entre otros trabajos afines.
Cabe decir que uno de los referentes más valiosos para un proyecto como éste ha sido el trabajo del Comité del Everest-K2-National Research Council (Ev-K2-CNR), asociación autónoma que, desde 1993, instaló una red de seis AWS, desde 2 mil 660 hasta casi 8 mil msnm, en el lado nepalí del Everest (sur), permitiendo recabar información valiosa sobre fenómenos climáticos peligrosos ocurridos ahí.
1. Matthews, Tom, et al (2020). Llegar a los extremos: instalar las estaciones meteorológicas más altas del mundo en el monte Everest. Boletín de la Sociedad Americana de Meteorología. Vol. 101. Págs. E1870-E1890.
2. Immerzeel, Walter, et al. (2019). Importancia y vulnerabilidad de las torres de agua en el mundo. Nature. Vol. 577. Págs. 364-369
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